“Haz resplandecer tu rostro sobre tu siervo, y enséñame tus estatutos.” (Salmo 119.135)
Para que el Rostro de Dios resplandezca sobre nosotros, necesitamos estar en comunión con Él. Dicha comunión exige sacrificio diario para mantenerse lejos del mal. La carne está siempre muy ocupada con todo, y consecuentemente, le distrae de la búsqueda diaria de su amado Señor.
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