Cuando una persona se convierte, su primera actitud es sacrificar sus pecados.
Si se acostaba con su novio o hacía cosas ilícitas con él, deja de hacerlo.
Si mandaba desnudos, posaba en sus redes sociales de forma vulgar para llamar la atención sobre su cuerpo, ya no lo hace.
Si escuchaba funk y otros tipos de música que promueven la sensualidad, la grosería, la ostentación, la rebeldía y la violencia, deja de escucharlas.
En fin, sacrifica todos y cada uno de los hábitos pecaminosos.
Pero, piénselo bien, todos estos sacrificios que hace para Dios en realidad le hacen bien a ella, inclusive la protegen de muchos problemas, hasta de los que coleccionaba antes de conocer al Señor Jesús.
Por lo tanto, cuando sacrificamos nuestros pecados, en realidad estamos haciéndonos un bien a nosotros mismos.
Muchos cristianos paran ahí y les gusta decir que sacrificaron sus vidas a Dios… (aunque hayan ganado). Por eso hay cristianos y cristianos.
Solo el cristiano que, después de sacrificar sus pecados, también sacrifica SUS SUEÑOS, DESEOS, FUTURO y VOLUNTADES es el que realmente sacrifica su vida para Dios. ¡Son estos los que son agraciados con el Espíritu Santo!
Estos son los que pierden sus vidas en este mundo para ganar el Reino de los Cielos.
Estos son verdaderos SIERVOS, porque no se sirven de la fe, sino que sirven a Dios a través de ella.