Comenzar a pensar y a cuestionar la situación en la que se vive es el punto de partida para la acción de la fe inteligente. Abraham era un cuestionador de la propia vida y por eso se indignaba con la religiosidad de su época, principalmente por ver que esta nada podía hacer por él y por su familia. ¿Cómo podría creer en aquello que no podía hacer nada ni por sí mismo? Su indignación y su inteligencia le abrieron el camino para conocer al Verdadero Dios. Pero antes de ser Abraham, era llamado Abram. Él era caldeo, un pueblo que, como sus vecinos, tenía dioses para todo: dios de eso y de aquello otro, dios del agua, de la fertilidad, de la plantación, de los truenos, etc.
Pero, para Abram, Dios era Señor de todas las cosas, era Supremo y Soberano.
El padre de Abram, dice la tradición judaica, era mercader de imágenes, era santero, vendía las imágenes de los dioses caldeos. Un día, el padre de Abram tuvo que salir y lo dejó a cargo de la tienda de imágenes.
Abram, indignado con aquello, pues el padre no creía en un Único Dios como él creía, agarró una maza y rompió todas las estatuas, pero dejó entera a la mayor de todas, una de tamaño natural, le puso una maza en los brazos y se quedó esperando al padre.
Cuando él llegó, vio esa destrucción, todo roto. Miró la estatua mayor con la maza en los brazos y le preguntó al hijo qué había sucedido.
Abraham dijo que la imagen grande había hecho el desastre y había roto todo, y el padre respondió que ella no podría haber hecho eso, porque no tenía vida, ¡si solo era una estatua!
Abraham respondió que si ella era solo una estatua y no tenía vida, ¿por qué el padre creía en ella?