El derramamiento del Espíritu Santo no deja duda. Aunque todas las voces del mundo, unidas en coro lo negaran, y las del infierno también, nada, absolutamente nada, es capaz de remover la Voz de lo Alto en lo más profundo del interior del alma.
La Voz tierna y fuerte del Señor Jesús hace callar a todas las demás voces con la plenitud de paz de espíritu. Paz inexplicable, seguida de un gozo del alma.
Son señales palpables, evidentes y características del bautismo con el Espíritu Santo.
Es difícil hallar palabras capaces de expresar tamaña experiencia.
¿Cómo explicar el sabor de un alimento apetitoso? ¿Cómo explicar el sentimiento de amor por alguien? ¿Cómo explicar lo sobrenatural con palabras? ¿Cómo explicar que el Todopoderoso, Señor de los Cielos y de todo el universo, puede habitar en un mortal? ¿Cómo explicar el Infinito dentro de lo finito?
Un baño da una sensación de alivio y limpieza en el cuerpo. El bautismo en las aguas da alivio y pureza en el alma.
En el bautismo con el Espíritu, las aguas son el Espíritu de Dios. El Bautizador es el Señor Jesús y el candidato, el pecador arrepentido.
Solo probando el Maná es que se puede valorar el Sello de Dios. No hay palabras ni melodías para describirlo.
Una cosa es cierta: la paz y la alegría fluyen como torrentes de agua de lo más profundo del alma. Tamaña es su impetuosidad, que es imposible contener el llanto y las sonrisas de placer.
Son Ríos de Agua Viva que se derraman por todo el ser. Los labios no acompañan la alegría del corazón. Es que acaba de ser sellada una nueva criatura. Una criatura celestial.
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