Al principio de la caminata cristiana, la mayoría de la gente tiene temor, pues la memoria del pasado amargo todavía está viva. Sin embargo, sin el debido cuidado con la vida espiritual, el tiempo palidece ese recuerdo, y los valores y principios aprendidos, poco a poco, se van perdiendo.
El temor al Señor es lo más importante de ellos, pues es lo que hace posible la obediencia. En ausencia de ese fundamento, la persona queda suelta y sin freno para cualquier tentación.
Esto significa que está en gran peligro, porque a menudo todos son incitados por el mal a pecar de alguna manera contra Dios. Observe que el propio Señor Jesús oyó propuestas tentadoras del diablo. Sin embargo, por temor reverente a su Padre, resistió firme y nos enseñó cómo debemos reaccionar rápidamente contra cualquier mal.
Pero cuando la fe ya no anda unida al temor, la persona se vuelve vulnerable a esos ataques.
– Sin temor, ella no conseguirá mantener más su integridad ante la facilidad en ser deshonesta y robar;
– Sin temor, ella no resistirá más la tentación de hacer clic sobre el material pornográfico que rutinariamente llega sin solicitud;
– Sin temor, ella no se mantendrá más serena y sin reaccionar a las calumnias;
– Sin temor, ella no se opondrá más a las malas influencias recibidas en el trabajo, en la escuela o en el grupo de amigos, sobre drogas, mentiras, sexo y maldades;
– Sin temor, ella ya no guardará su corazón al ser victima de injusticia y ser juzgada;
– Sin temor se hace imposible no quedar herida al ser perjudicada y traicionada por personas queridas;
– Sin temor, los deseos se juntarán en su mente abierta y desprotegida, y, tarde o temprano, ella sucumbirá a la carne que grita por ser saciada.
Pero, mientras que la persona sin temor tiene muchos pretextos para caer, la que tiene temor, aún teniendo motivos verdaderamente desfavorables, permanece fiel. Ella tiene todo para desviarse de la fe, pero su temor es una defensa, por eso, lucha por mantener pensamientos, intenciones y caminos puros.
Vea que comprensión magnífica sobre el temor:
“Mi carne se estremece por temor a ti, y de tus juicios tengo miedo.” (Salmo 119.120)
El salmista dice que no sólo siente amor por la Palabra de Dios, su alma se estremece de terror al pensar en los juicios del Altísimo en respuesta al pecado. Los pelos de su cuerpo se erizan contraídos en escalofríos por el pavor profundo de la disciplina que podría sufrir, en caso de que transgrediere.
Observe que él tiene temor a Dios y temor de Dios, por eso se aparta del pecado.
Quien posee ese temor, teme y tiembla sólo de pensar en perder el privilegio de la presencia del Todopoderoso. De esta forma, para no correr ese riesgo, se perfecciona día a día en su comunión con Dios. Cada palabra oída o leída en las Escrituras Sagradas habla profundamente y nutre su espíritu.
En cambio, aquel que perdió el temor puede tener conocimiento sobre las mismas cosas, pero anda distraído hasta llegar el momento en el que el diablo lo derribará con un solo golpe.
Fundamentar la vida sobre el temor es fundamentarla sobre la Roca Eterna y así vivir seguro para siempre.
¡Hasta la próxima semana!