“Y he aquí había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre, justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo estaba sobre él. Y le había sido revelado por el Espíritu Santo, que no vería la muerte antes que viese al Ungido del Señor.” (Lucas 2:25-26)
Y Ana, una mujer de 84 años, que hacía mucho tiempo era viuda (la Biblia no dice el tiempo, solo que se casó virgen y que estuvo casada 7 años):
“Y había una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Ella era de edad muy avanzada, y había vivido con su marido siete años después de su matrimonio, y después de viuda, hasta los ochenta y cuatro años. Nunca se alejaba del templo, sirviendo noche y día con ayunos y oraciones.” (Lucas 2:36-37)
Es muy curioso cómo la Biblia, a través de estas dos personas, nos habla sobre la confianza en las promesas de Dios. El Espíritu Santo le había revelado a Simeón que no iba a morir sin ver al Mesías.
En la Biblia Sagrada con los comentarios de fe del Obispo Edir Macedo, él explica que el Altísimo intervino para que Simeón estuviera en el Templo cuando María y José llegaran con el Mesías en el regazo. Por dejarse guiar por el Espíritu Santo, Simeón tuvo el privilegio de tomar al Salvador en sus brazos. Y no solo tomó al Mesías en sus brazos, como también, inspirado por el Espíritu Santo, predijo lo que sucedería con Él.
“Y movido por el Espíritu, vino al templo. Y cuando los padres del niño Jesús lo trajeron al templo, para hacer por él conforme al rito de la ley, él le tomó en sus brazos, y bendijo a Dios, diciendo: Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, conforme a tu palabra; porque han visto mis ojos tu salvación, la cual has preparado en presencia de todos los pueblos; luz para revelación a los gentiles, y gloria de tu pueblo Israel.” (Lucas 2:27-32)
De la misma manera, Ana nos enseña cómo son honrados lo que honran a Dios. Incluso con avanzada edad y sola (no hay registros de que haya tenido hijos) no dejó de servir a Dios con alegría, por eso Ana no se alejaba del Templo.
“Ella podría eximirse del compromiso de ir a la Casa de Dios y de cumplir los rituales judíos, pero ella mantuvo la llama encendida. Es decir, el ánimo, el temor y la devoción ardían dentro de ella, por eso permaneció fuerte hasta el fin y vio al Mesías”, explica el obispo Macedo.
“Esta, presentándose en la misma hora, daba gracias a Dios, y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalén.” (Lucas 2:38)
El secreto de los dos
Cuando usted le dice a alguien que va a hacer algo y esa persona lo ignora y no espera a que usted cumpla lo que dijo, ¿cómo se siente? Como mínimo, va a pensar que su palabra no le importó. Así también es cuando no confiamos en Dios. Estamos diciéndole con nuestras actitudes que no creemos que Él puede hacer lo que prometió. Esperar el cumplimiento de una promesa no es una de las tareas más fáciles. Por esa razón, Dios exige confianza de nuestra parte. Confiar es creer en Su carácter.
“En la relación entre promesa y cumplimiento, nuestra parte es creer y perseverar, y la del Altísimo es cumplir a Su tiempo”, resalta el obispo Macedo, en sus comentarios de fe.
Independiente del tiempo de espera confíe que Dios cumplirá lo que prometió. Él vela por Su Palabra, que no puede volver vacía.
“… así será Mi palabra que sale de Mi boca; no volverá a Mí vacía, sino que hará lo que Yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié.” (Isaías 55:11)
Simeón y Ana lo sabían y, por no desistir, vieron el cumplimiento de la promesa.