Los planes que se trazan para el nuevo año pocas veces superan el primer mes a partir del espectáculo de fuegos artificiales de Año Nuevo. ¿Por qué? La respuesta es simple: por la falta de planificación y promesas inconsistentes.
Otro error es no usar la fe de una manera inteligente. Muchas personas oran por el éxito económico y profesional, pero solo hacen propósitos vacíos: piden algo en el Altar en el auge del querer, pero se quedan solo con la intención. O a veces, piensan en algo demasiado grande, lo cual no está mal, pero no se levantan de la silla para dar los primeros pasos rumbo a su sueño.
Una actitud muy importante para aquel que quiere abrir un negocio propio, crear o perfeccionar un producto, o incluso, subir algunos escalones en la jerarquía de la empresa para la cual trabaja, es muy obvia: estudiar. ¿De qué manera usted se volverá una especialista en lo que hace si no se dedica al aprendizaje de su área de interés? Eso simplemente no existe.
El obispo Jadson Edington, en su libro 50 Tonos para el Éxito, enseña que, llegar adonde usted quiere depende de “un camino que sus actitudes ayudan a construir”. Y él pregunta: “Si necesitara hacer algo para cambiar su situación exactamente con los recursos que tiene hoy, ¿qué haría? No acepte ‘es imposible’ como respuesta. Tiene que ser posible”, recomienda.
¿Y en dónde entra la fe, que fue el primer ítem destacado al principio de este texto? El obispo usa un ejemplo bíblico mencionado en 2 Reyes para explicarlo: a la viuda de uno de los discípulos del profeta Eliseo se le exigía el pago de las deudas de su marido. En aquella época, si alguien moría y tenía una deuda, los acreedores podían llevarse como esclavos a los hijos del deudor. La mujer temía que eso le sucediera y fue a preguntarle a Eliseo qué debería hacer.
Eliseo le preguntó a la viuda qué es lo que tenía de valor en su casa. Ella creyó que no tenía nada, pero recordó una vasija llena de aceite, que era un producto muy valioso en aquel entonces. El profeta le ordenó que tomara la mayor cantidad de vasijas que consiguiera, prestadas por sus vecinos y que colocara un poco de aceite en cada una de ellas.
El aceite de aquella única vasija se multiplicó milagrosamente y la viuda llenó todos los demás recipientes. Con tanto aceite valioso, pudo pagar su deuda, seguir con sus hijos y aún sobró aceite que fue utilizado para el sustento de todos.
Ella tenía un recurso que subestimaba: el aceite. Pero, al usar la fe, “simplemente hizo lo que tenía que hacer, no cuestionó, no dudó, no dio excusas ni se quejó de la situación”, dijo el obispo Jadson.