Evelyn Sanabria: “Mis papás se separaron, ella formó una nueva pareja y a los cinco años, mi padrastro abusó de mí. Eso duró hasta los 11, se lo conté a mi madre. Empezaron las denuncias y las indagatorias. Fue humillante, me sentía sucia. La psicóloga dijo que las mujeres que sufren un abuso de esa magnitud, no se recuperaban. Cuando escuché eso, lo guardé dentro mío.
En lo económico también tuvimos problemas, llegamos a buscar comida en lo que tiraban las verdulerías, a estar sin luz, ni gas. Nos desalojaron y fuimos a vivir de prestado.
Una amiga de mamá la invitó a la Universal. Yo fui un tiempo, pero después me alejé. Esos tres años, fueron los peores de mi vida. Me involucré con hombres más grandes que yo. Tuve problemas para dormir y ataques de pánico. Lloraba todo el día, veía apariciones y escuchaba voces.
Me despertaba sintiendo que alguien me ahorcaba o soñaba que estaba dentro de un ataúd.
Sufrí bulimia y luego anorexia. Una vez me enojé tanto que atravesé una puerta de vidrio con el puño. Vi las gotas de sangre corriendo por los dedos, me había sacado la tapa de los dedos medio y anular. El episodio que sufrí en mi infancia me había quebrado el alma en dos. Había intentado suicidarme unas tres veces.
Decidí regresar a la Iglesia. El mismo día llegué a casa y pude dormir. Él me limpió de la oscuridad que llevaba en mi corazón, me liberé de los tormentos, de la depresión y dejé de pensar en la muerte.
Ya no como de la basura, la relación con mi familia fue reconstruida. Le entregué mi vida al Señor y surgieron las ganas de vivir. Hoy puedo decir que tengo paz, felicidad, volví a nacer cuando encontré a Jesús”.
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