Su cabeza comienza a dolerle. Basta que usted manifieste cualquier malestar, por menor que sea, y tiene siempre a alguien que le ofrece un remedio para aliviar el dolor. “Tómate esto que se te pasa”, le recomienda con la autoridad de un médico su amigo prevenido. Y este tipo de persona siempre sabe qué remedio es el adecuado para cualquier síntoma que aparezca. Ella aparenta entender de dolor como nadie. Y tal vez sea exactamente este el punto: cuando el dolor no es simplemente pasajero e inofensivo y esconde un cuadro peor, sea de salud, sea emocional o incluso espiritual.
Sin embargo, además del peligro inminente que existe en auto-medicarse (para saber más, vea la ilustración de la nota), esa dependencia poco saludable de refugiarse en una cajita de analgésicos puede estar camuflando otros males.
Usted probablemente ya debe haber oído que las preocupaciones tienen el poder de desencadenar dolores musculares. Muchas veces, el cuerpo emite señales de que algo no anda bien. Si usted tiene fiebre, por ejemplo, es el cuerpo alertándole la existencia de una infección. Pero, ¿y si usted tiene algún tipo de dolor, pasa por muchos exámenes y nada es encontrado por los médicos?
¿Cuál será el origen de los síntomas que usted siente? El alma, así como el cuerpo, también pide socorro por medio de ellos. El científico alemán Wilhem Stekel, al comienzo del siglo XX, creó una teoría difundida hasta los días de hoy: el de la somatización, que defiende que los dolores o lesiones físicas que no poseen explicación médica pueden ser fruto de conflictos psicológicos, incluso inconscientemente.
Superó su adicción
“Mi familia siempre estuvo, pero de un día para otro comencé a sentirme solo. Me inicié en el consumo de alcohol, probé marihuana, después comencé a consumir fármacos eso me llevó a estar más tiempo en la calle con mis amigos.
Muchas veces, al no tener dinero para la droga, delinquía. Una vez, fuimos a robar con un amigo, él se escapó y a mí me agarró la policía. Estuve un año y medio en la cárcel.
Cuando conocí a quien hoy es mi esposa le prometí que iba a cambiar pero solo me engañaba”, cuenta.
Cuando salió de la cárcel consiguió un buen trabajo e intentó formar su familia. “Cuando salí, volví a lo mismo de antes, eso me alejó de mi esposa. Había muchas discusiones y peleas, llegamos a la violencia física, incluso la agredí cuando estaba embarazada. Siempre peleábamos e íbamos a los golpes. Además gastaba la mitad del sueldo en drogas y mi familia sufría las consecuencias. El mismo día que cobraba ya no tenía más dinero. Consumía mucho, por eso no me importaba sacarle a mi familia para comprar droga”, recuerda.
Así fue su vida hasta que llegó a la Universal. “Mi mamá y mi esposa iban a la iglesia, me invitaron con un diario donde vi un caso similar y decidí ir. Participé de la reunión de viernes y salí diferente, más contento, con otro pensamiento. Comencé a dejar las malas amistades, fui dejando los vicios, ya no consumía. Había otra predisposición en mí, no pensaba en drogarme el fin de semana, sino en salir con mi familia. Al tiempo nos casamos, todo es diferente, somos muy felices, incluso tengo mi propio emprendimiento en el área de la construcción, todo gracias a Dios”, finaliza Mauricio Castellano.
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