En el matrimonio de Georgina y Pablo el amor había sido desplazado por las discusiones. “Mis hijas tenían miedo cuando nos peleábamos, recuerdo que no había comunicación entre nosotros, era muy feo vivir así. Estuvimos a punto de separarnos pero queríamos seguir juntos, el amor estaba, pero no encontrábamos la manera de solucionar los problemas entre nosotros. Yo intentaba, pero no hallaba la manera de transmitirle el amor que yo sentía por él”, contó Georgina entre lágrimas.
Para intentar salir adelante salían y tomaban, entonces, terminaban peleándose con palabras más hirientes. “Las peleas se producían por cualquier cosa, trabajábamos los dos, pero no buscábamos el bien común de la familia. Si yo ganaba más, él se sentía disminuido y viceversa, era como una competencia”, agrega.
El peor momento fue cuando no sabían qué más hacer y plantearon la posibilidad de divorciarse. Ella le había dicho cosas muy fuertes a él, esa noche él se quedó en la habitación de arriba y ella lloraba acurrucada en el suelo de la cocina.
“Era muy difícil la convivencia porque no teníamos comprensión, no funcionábamos como una sociedad, cada uno tiraba para su lado y no lográbamos ponernos de acuerdo, por eso chocábamos mucho”, relata Pablo.
Ellos encontraron la solución cuando ella recibió una invitación para ir a las reuniones de la Universal. “Salí a escondidas de él, tenía miedo de que eso ocasionara más peleas. Ya había probado de todo, le había pedido consejos a mi mamá, hablé con amigas, busqué ayuda en internet y nada daba resultado, entonces decidí probar. Fui un domingo a la iglesia, al regresar de la reunión lo encontré tranquilo, desayunamos por primera vez en paz. Eso me dio fuerzas para perseverar.
Luché, vi los cambios de a poco y aprendí a estar atenta a los detalles. Me enseñaron a tratar a mi esposo de manera tal que él también quisiera cambiar. Fui cambiando, me examinaba y detectaba mis errores, porque a veces uno se queja del otro y se olvida de lo que uno genera”, explica ella.
Hoy, ellos disfrutan de proyectos en conjunto, comparten todo y dialogan. Hay comprensión, se ayudan mutuamente y aprovechan cada momento de a dos. “Gracias a lo que aprendí en la Universal puedo cuidar a mi familia de forma diferente, valió la pena participar de la reunión de los días domingo”, finaliza sonriendo junto a Pablo.
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