Recuerdo haber conversado con una joven que sufría obesidad mórbida y prediabetes. Su familia había intentado ayudarla, pero no hubo resultados hasta que ella aprendió a lidiar con sus emociones.
Como sabemos, los sentimientos, tienen que ver con muchas decisiones que tomamos, incluso con las de la alimentación.
Usted ya habrá pasado por una situación de ansiedad en la que quería comerse una barra entera de chocolate. Eso sucede, generalmente por estrés. Mientras algunas comen sin control o incluso sin ganas, otras pierden el apetito.
No siempre que tenemos ganas de comer, estamos realmente hambrientas. La necesidad puede estar en el alma, es por eso que la persona calma sus ansias en la comida. Cuando el hambre es emocional, ningún alimento podrá satisfacer esa necesidad.
La naturaleza humana dominada por las emociones puede hacerla sufrir. Y además de lastimarse, hiere a todos los que la rodean.
Entonces, antes de comerse sola una torta entera, piense si realmente tiene hambre o está fragil emocionalmente.
Deje que el alimento cumpla únicamente con lo que le corresponde: nutrir nuestro cuerpo. Para los vacíos de alma y para las situaciones difíciles, busque ayuda en la fe.
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