¿Qué es más difícil para usted? ¿Pedir perdón o perdonar? Independientemente de su respuesta, probablemente ya estuvo en esas dos situaciones. Nos equivocamos todo el tiempo, somos imperfectos y ofendemos a las personas. Somos ofendidos en la misma proporción. Tanto resentimiento puede volverse un rencor e incluso puede desencadenar trastornos a la salud.
La afirmación es de un estudio de la Universidad de California, Estados Unidos, publicado en el periódico científico “Journal of Biobehavioural Medicines”. Para comprobar eso, 200 voluntarios reflexionaron sobre un momento donde fueron ofendidos. Mientras que la mitad de ellos necesitaron pensar sobre las personas que les causaron ese dolor, la otra mitad fue valiente al perdonar mentalmente lo que había sucedido. Después de eso, fueron distraídos durante 5 minutos y, al continuar, se les midió la presión arterial. Constataron que los integrantes del grupo que se concentró en pensar en la persona que les causó una mala situación tenían la presión arterial superior a los que habían perdonado.
Mucho más que hacerle bien a la salud, perdonar es una alivio para el alma. Para los judíos, el perdón es tan importante que existe todo un día para la expiación de pecados, para que conquisten el perdón divino y para que perdonen a los que se equivocaron con ellos. Es el día más sagrado para el calendario judío, el Yom Kipur. Pero no es necesario ser judío para aprender el valor de esa actitud. Entre cristianos, el asunto también es importante y fue tema del libro “Lágrimas de Perdón”, del obispo Edir Macedo. En su visión, perdonar es una forma de lograr la libertad: “El perdón es la expresión más fuerte del sentimiento más puro y limpio, que es el amor, sin el cual la vida no existe, los mares se vuelven secos, la Tierra sin luz y el pueblo sin Dios. Cuando guardamos un resentimiento contra alguien, por menor que sea, quedamos absolutamente presos a esta persona”.
Ellos supieron perdonar
¿Y cuándo el que se equivoca demuestra arrepentimiento? De acuerdo con el obispo Macedo, incluso en esos casos es esencial perdonar. “El perdón es una acción unilateral, es decir, tiene que partir de la persona ofendida, aunque el ofensor no haya tomado ninguna actitud en el sentido de recibir el perdón.”
Fue eso lo que hizo el joven americano Bryan Jackson, de 23 años. Portador del virus del SIDA, fue infectado cuando tenía 11 meses por quien debería protegerlo: su propio padre, que lo acompañaba cuando estaba internado para tratar una crisis de asma. Brian Stewart, especialista en transfusiones de sangre, aprovechó un momento solo con su hijo y le aplicó una jeringa con sangre contaminada con el HIV. Además de no aceptar la paternidad, Stewart no quería pagar la pensión alimenticia y pensó que, contaminándolo, no sobreviviría.
Los médicos desconfiaron del empeoramiento del estado del estado de salud y, luego de varios exámenes, descubrieron el virus. La enfermedad hizo que Jackson perdiera alrededor del 70% de su audición a causa de los medicamentos, además del pesado tratamiento, que incluía 23 comprimidos por día, tres inyecciones y medicamentos por vía venosa. Tuvo una infancia frágil y difícil, pero perdonó a su padre.
“Dios quiere que nosotros perdonemos a las personas. No puedo llegar caer tan bajo como él. Necesito ser una persona mejor, por eso, lo perdono”, dijo el joven, que hoy hace conferencias para concientizar a las personas con respecto al SIDA. Su padre fue condenado a prisión perpetua.
¿Y cuando el perdón puede valer una vida? En Irán, donde aún prevalece la Ley del Talión, es decir, el ojo por ojo, diente por diente, Balal Abdullah fue condenado a muerte por ahorcamiento por haber matado a puñaladas a Abdollah Hosseinzadeh, de 17 años, durante una pelea. Según las leyes locales, la familia del chico asesinado tiene el derecho de exigir la condena de muerte del asesino. La ejecución estaba marcada para el último día 17 y, cuando el condenado se dirigía hacia la horca, fue sorprendido por la familia del joven. La madre de la víctima le dio una cachetada, perdonándolo, en una rara escena.
Esta historia en Irán es un caso extremo en donde perdonar pudo haber sido encarado como una gran prueba de humildad y amor. Pero en situaciones cotidianas también somos llevados a varias pruebas, no tan extremas, pero igualmente importantes para mantener el corazón limpio. Por peor que sea la situación en la que otra persona lo colocó, busque no guardar rencor. “El auténtico cristiano reacciona delante del odio y de las ofensas recibidas con el más profundo amor en forma de oración y perdón”, dice el obispo Macedo.
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