“Estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo.”
(Filipenses 1:6)
Dios no hace nada por la mitad. La obra que Él comenzó en su vida, la completará. Siempre que usted permanezca atento al mantenimiento de su fe, practicando lo que aprende, la obra será concluida. Nadie tiene mayor interés en que eso suceda que el propio Espíritu de Dios.
“He aquí, Yo estoy contigo, y te guardaré por dondequiera que fueres (…) no te dejaré hasta que haya hecho lo que te he dicho” (Génesis 28:15). Guardado y protegido por Dios, le toca a usted el mantenimiento de su fe. Por ejemplo, teniendo cuidado de las palabras dichas o de las dudas sopladas en el pensamiento.
La reconstrucción del Templo fue interrumpida por muchos años con palabras de desánimo, de amenaza y consejos de derrota: “Pero el pueblo de la tierra intimidó al pueblo de Judá, y lo atemorizó para que no edificara. Sobornaron además contra ellos a los consejeros para frustrar sus propósitos, todo el tiempo de Ciro rey de Persia y hasta el reinado de Darío rey de Persia” (Esdras 4:4-5).
En la reconstrucción de los muros de Jerusalén está el ejemplo de lo que es necesario para completar la reconstrucción de la vida: “Nosotros, pues, trabajábamos en la obra; y la mitad de ellos tenían lanzas desde la subida del alba hasta que salían las estrellas (…) cada uno se desnudaba solamente para bañarse” (Nehemías 4:21; 23). Atentos. Vigilantes. Firmes y decididos en lo que determinaron. Así se concluyó todo lo que Dios prometió que sería concluido. Así se completará la obra de Dios en su vida.
“Pero esforzaos vosotros, y no desfallezcan vuestras manos; pues hay recompensa para vuestra obra.” (2 Crónicas 15:7) Inclusive la mayor: la recompensa eterna.
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Fuente: Libro “El Pan nuestro para 365 días”, del obispo Edir Macedo