Paula Abdala y Santiago Boujon llegaron al límite de su fuerza. El camino que recorrieron fue doloroso:
“Durante mucho tiempo escuché que yo no servía, que era una inútil. La escuela era el lugar en el que era buena y me enfoqué ahí. Así fue como acumulé estrés y responsabilidades, más de lo que podía manejar. Y comenzaron mis ataques de pánico, tenía 15 años y los sufrí hasta los 30. La primera crisis fue por un examen. Sentí que no podía respirar, lloraba, era como si la garganta se me cerrara, se me oscureció la visión. Transpiraba en frío y me temblaba el cuerpo. El médico dijo que era algo nervioso. De ahí en más los episodios fueron más seguidos”, relató Paula.
Por otro lado, Santiago recorrió bares desde los cinco años con su padre alcohólico: “Íbamos a cinco bares por tarde, era como estar en mi casa. Mi papá empezó a tomar a los nueve años y finalmente murió de cáncer, todos los hombres de la familia sufrían la adicción al alcohol. Era inseguro, en la escuela me pegaban, me escupían de arriba abajo, sufrí abusos. A los 13 años empecé a fumar y a los 14 o 15 tomaba hasta perder el conocimiento. Una vez me quedé dormido debajo de un árbol, casi me ahogué en mi vómito. Busqué ayuda de todo tipo, hice meditación, pero nada me ayudó. Me vine a La Plata porque quería cambiar de vida. Fue peor, pasé por relaciones tóxicas, era un adicto. A la mañana me levantaba pensando con qué me iba a drogar, qué música iba a escuchar, todo alrededor del alcohol, comía marihuana como galletitas”, agregó Santiago.
Hundidos hasta el cuello, pero juntos
Santiago y Paula se enamoraron, pero estaban rotos por dentro: “A mi papá le detectaron cáncer y falleció cuatro meses después. Estudiar se volvió la única vía de escape al dolor que sentía. Además, murió mi abuelo, él era mi todo y me derrumbé. Fui al psicólogo y lo único que lograba era remover los conflictos que había en mi interior. Entonces necesité pastillas para dormir. Empecé a salir con Santiago, unos días antes de la muerte de mi papá. Noté que él tomaba demasiado alcohol, pero yo no podía ayudar a nadie en ese momento. Cuando me fui a vivir con él se intensificó mi adicción a las pastillas. Los ataques de pánico mutaron y se me paralizaba el lado izquierdo. Se volvió más difícil dormir de noche, así se fueron años. Me decía a mí misma que no podía ser feliz en el amor, porque todos los matrimonios de la familia habían fracasado”, aseguró Paula.
Mientras tanto, Santiago, vivía en descontrol: “Me la pasaba encerrado, fumando, leyendo y tomando absenta. En un punto se me dormía la cara y la marihuana no me hacía efecto. A eso se sumaba que estábamos mal en lo económico. A veces, lo único que comíamos era pan y zapallos”.
“Encontramos siete perritos y nos quedamos con una hembra. Pero estaba enferma, había que sacrificarla. Mi mundo se vino abajo, había soportado tanto. Me acostaba y le pedía a Dios morirme. Mi cuñada y mi hermano me invitaban a la Universal, pero yo no aceptaba. Hasta que unas chicas nos hablaron de la Iglesia y acepté ir. Lloré desde que entré, pero a la noche dormí sin problemas. Me curé y la perra también. Hace dos años que no tengo ataques de pánico, ni dolores”, dijo Paula.
Mientras, Santiago se vio superado por sus problemas: “Nos fuimos a vivir a la casa de su mamá y mi orgullo me mataba. A veces decía: ‘acelero la moto y me la doy contra un colectivo’. Tan mal estaba, que ya tenía la soga armada para ahorcarme. Finalmente, me di cuenta de que quería otra cosa y busqué ayuda en la Universal. Todo empezó a tomar forma. En un mes dejé todo, luego de 15 años en las adicciones y hoy mi relación con Paula es excelente”.
Pero, a pesar de haber superado años de dolor, todavía no se sentían plenos, necesitaban tener un encuentro con Dios.
Tiempo de un cambio interior
Ellos creyeron que Dios podría hacer que todas las heridas del pasado desaparecieran. Querían una nueva vida: “Yo sabía que algo me faltaba para dejar de ser la Paula que era: necesitaba el bautismo en el Espíritu Santo. Me levantaba de madrugada para orar y cuando ser bautizada fue una experiencia increíble. Él me hizo cambiar todo, fue la primera vez que supe que soy importante para alguien”.
Santiago también anhelaba una segunda oportunidad: “Me planteé el propósito de recibir el Espíritu de Dios. Fue buscar todos los días, no hice nada que no me costara. Perdoné, hablé con él de todo lo que me pasaba y confié. Ahora, paso por problemas, pero nada me va a frenar, no hay bajones, ni depresión. Dejé atrás cosas que me habían dolido y a personas que me lastimaron. Olvidé todo eso. Entendí que yo no era perfecto, necesitaba el perdón, aunque que me costó mucho. Cuando fui bautizado en el Espíritu Santo, ya nada de eso importó, sabía que todo estaría bien”.
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