María Claudia Reyes y Rubén Ibáñez enfrentaron grandes problemas en la conviencia. Él tuvo una infancia difícil, su padre había tenido problemas con el alcohol y golpeaba a su madre. Rubén presenció esas escenas desde pequeño, eso lo afectó a la hora de formar su propia familia porque golpeaba a su novia y se alcoholizaba. La historia se repetía.
El tiempo pasó y cada vez estaban peor, ella sufría las agresiones físicas de su esposo. Él tenía vicios de alcohol y drogas. “Recuerdo que tomaba y se descontrolaba en casa. Discutíamos y por nada me golpeaba. Por ahí no tomaba, pero como tenía carácter fuerte me maltrataba. Entonces yo también me volví agresiva, en ocasiones le tiraba algo. No me daba cuenta de que había comenzado a drogarse. Es más, la situación era tan violenta que estando embarazada él me golpeaba”, cuenta ella.
Una vez él le pidió ayuda, pero ella no le creía porque su comportamiento siempre era el mismo. “Él me mentía, era muy celoso, agresivo y si bien nos peleábamos, no podíamos estar sin vernos. Siempre volvíamos”, agrega ella.
Sus hijos crecían y veían todo lo que sucedía en su familia, llegaron a tenerle miedo a su papá. Cuando veían que tomaba, se escondían en un placard. “A veces él llegaba y si estaba dormida, me destapaba y me golpeaba. Yo trataba de evitar que se enojara para que no me pegue. Una de las últimas peleas fue el final de todo, ya no había amor, dormíamos en distintas habitaciones, cualquier palabra ya era motivo de discusión”, relata ella.
Su esposo comenzó a participar de las reuniones de la Universal porque se encontraba enfermo del estómago y no le encontraban nada. “Le hicieron ecografías, diversos estudios y no salía nada, pero en un mes había bajado 10 kilos. Un compañero de trabajo lo invitó y él fue, a la semana empecé a ver que estaba cambiando su carácter. Me pidió perdón, me llevó flores, pero yo no le creía. Tantas veces pedía perdón y a la semana volvía a lo mismo que era difícil creerle. Pasó un tiempo y pude ver que de verdad había cambiado, entonces comencé a luchar junto con él en los propósitos de fe y en la Hoguera Santa porque sabía que podíamos tener una vida diferente.
“Él dejó todo, el alcohol, la droga, la violencia. Hoy nos amamos, trabajamos juntos porque nos independizamos económicamente. No hay peleas, discusiones ni golpes. Los chicos le perdieron el miedo a su papá y ahora disfrutan de la familia que tenemos”, afirma ella sonriendo junto a su esposo.
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