Mercedes asegura que su vida era “un caso perdido” y detalla: “Tenía muchos problemas en mi casa. Había peleas con mi marido, él tenía el vicio de las drogas, tomaba alcohol, se iba con sus amigos, me abandonaba y, cuando volvía a casa, yo lo recibía con mucha agresión”.
Ella recuerda que vivieron en esa situación durante siete años. “Busqué ayuda en lugares equivocados y mi problema empeoró. Un día encontré a mi esposo con la pistola en la cabeza, a punto de quitarse la vida. Después de eso, yo quise ayudarlo, pero no sabía cómo. Nuestra vida era un infierno. Me sentía impotente porque no podía resolver mis problemas. Nadie podía ayudarme, ni mis familiares”, subraya.
A raíz de esa situación, Mercedes comenzó a tener depresión: “Por las noches no podía dormir. Era un calvario. Lloraba y planeaba cómo quitarme la vida, cómo terminar con mi sufrimiento. Todas las noches eran así”.
Además, ella recuerda: “Era nerviosa, impulsiva y no tenía paciencia. Mi esposo, al ver esa situación, también se sentía mal. Un día, llegó a casa borracho. Era muy tarde, yo me enojé y me asusté porque pensé que le había pasado algo. Discutimos, agarró un cuchillo, me apretó contra la pared y casi me lo clava. En ese momento pedí a Dios que me salve.
Después de eso, una persona nos invitó a participar de las reuniones en la iglesia. Al principio, no quise venir, desconfiaba de todo porque ya había buscado ayuda en otros lugares y no había encontrado la solución. Hasta que, un día, acepté la invitación. Desde el primer día que asistí, me sentí bien, noté un cambio porque ya podía dormir en las noches. Empecé a luchar por mi familia. Cada domingo traía la fotografía y la ropa de mi esposo. Después entendí que, si entregaba mi vida a Jesús y buscaba el Espíritu Santo, yo iba a vencer todos los problemas que vivía en mi casa. Entonces, me enfoqué en eso. Después de mucha búsqueda y entrega, tuve mi encuentro con Dios y mi esposo comenzó a notar la diferencia en mí. Yo ya tenía otro carácter y otra manera de tratarlo a él. Él vio ese cambio y empezó a ir a la iglesia conmigo.
Hoy estoy libre de la depresión, la tristeza y la angustia. Mi esposo ya no tiene vicios ni pensamientos de muerte, solo quiere vivir. Disfrutamos del momento con la familia. Todo cambió. Dios cambió nuestra historia”.
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