Es frustrante proyectar durante meses o años y soñar con alcanzar los objetivos que en teoría, nos traerán satisfacción y alegría. Pero cuando llega el “gran día”, el logro tiene gusto a nada. No hay emociones, es como si estuviera petrificado interiormente. Entonces no queda más que dolor, angustia e insatisfacción.
Los cambios permanentes son una marca registrada de esta época. Se confunden lo público y lo privado, entonces aprendemos que la gratificación por algo que tardamos años en lograr, debe durar minutos.
Muchas veces, el tiempo libre vale más que dinero. Los estímulos se multiplican, entonces se vuelve imprescindible conectarse a todas las redes virtuales posibles, con la promesa de un poco de disfrute que a veces no llega.
El consumo también promete satisfacción, hacerlo implica pertenecer a un grupo, tener lo que el otro tiene, poder hacer lo que los demás hacen. Sin embargo, aunque las tarjetas de crédito se derritan por el uso o accedamos a los bienes que elevan status, nada sirve.
Adriana Waisman, psicóloga especialista en conductas adictivas y trastornos de ansiedad comenta: “En un mundo de tantos estímulos y tantas ofertas, terminamos muchas veces desbordados por la ansiedad y el miedo, disociándonos de nuestros deseos y de nuestra proyección genuina, convirtiéndonos, sin darnos cuenta, en la sombra de nuestra propia vida. Esto es el “vacío emocional”, es decir, cuando dejamos de reconocernos. Con un presente confuso y un futuro incierto, se siente una mezcla de emociones: tristeza, angustia, ansiedad y miedo que hacen que se sienta perdido en su propia vida. El vacío emocional puede definirse como una crisis de identidad que, si bien es cierto que es un período de dudas, dolor y soledad…”.
Atrapado por las circunstancias
Jonathan Gonzaga tenía una familia, amigos, salía de noche y se divertía en fiestas. Parecía ser feliz, estar satisfecho con lo que tenía, pero en su interior sufría grandes conflictos: “Trataba de salir a fiestas y buscaba amistades, pero cada vez que me quedaba solo me sentía triste y mal. Era un vacío muy grande que no lograba llenar con nada. Vivía encerrado en mi cuarto. Tenía mucha vergüenza y complejos de inferioridad”.
La angustia estaba afectando su salud ya deteriorada por el asma. De madrugaba le daban ataques, sus familiares lo llevaban al hospital para que le inyecten o le den oxígeno. No pasó mucho tiempo hasta que surgieron los problemas económicos porque necesitaba remedios, inyecciones y pastillas, eso traía muchos gastos.
Su mente estaba desorientada, estaba desconectándose de la realidad. Aislado de todo, ni siquiera tenía paz cuando intentaba dormir: “Por las noches tenía pesadillas, no podía descansar, soñaba con cosas muy feas, cuando abría los ojos había alguien que me estaba mirando, sentía que me ahorcaban, soñaba que me moría y cuando me despertaba sentía los dolores. Había veces que la bronca y la impotencia era tanta, que me encerraba en el baño. Me miraba en el espejo y me odiaba a mí mismo, entonces me golpeaba. Esa era mi situación, una vida completamente vacía, llena de oscuridad”.
Nadie conocía el dolor que tenía por su vacío emocional: “Me sentía culpable de todo lo que estaba pasando en mi casa, terminé pensando que lo mejor era suicidarme. Fui hasta las vías del tren, cuando vi que venía intenté tirarme. La bicicleta se trabó y me caí”, relata.
Jonathan encontró en Dios lo que había buscado toda su vida: “Conocí la Universal, el primer día pude dormir tranquilo y respirar bien. Me curé del asma y comencé a amigarme conmigo mismo. Dejé de lado los complejos. No fue de la noche a la mañana, fue difícil porque requería luchar contra mí mismo.
La depresión y el vacío desaparecieron, gracias a Dios me siento lleno. Los deseos de quitarme la vida ya no existe más, ahora quiero vivir.
Terminaron los problemas familiares, hoy en día siento paz y armonía. Mi vida económica también cambió, ahora soy un emprendedor y tengo mi propio negocio. Después de todo lo que pasé, hoy puedo decir que soy feliz”, concluye Jonathan.
El vacío emocional requiere un tratamiento espiritual
El Obispo Macedo comenta que una persona que sufre por un vacío emocional, necesita asistencia espiritual: “Su vacío muestra un grito desesperado. ¿Dónde encontrar refugio y la medicina que satisfaga sus necesidades? La palabra de Dios tiene la respuesta: ‘La ley del Señor, restaura el alma.’, (Salmos 19). ‘Como suspira la abeja por la flor, así, por Tí, Dios, suspira mi alma. Mi alma tiene sed de Dios, el Dios vivo.’, (Salmos 42)”.