No es novedad que el trabajo de las educadoras de la Escuela Bíblica Infantojuvenil (EBI), de la Iglesia Universal, contagia a los padres de los niños. Dar cariño y atención forma parte de la naturaleza de quien se propone evangelizar y orientar a los niños de aquellos que asisten a las reuniones en la iglesia.
Atención y cariño que Francisco José de Souza pudo comprobar cuando su hija más pequeñita, Naira, con 4 años, lo abrazó, llorando, pidiendo morir porque no aguantaba convivir con las sombras dentro de su casa. El encargado de la oficina mecánica se desesperó e imploró ayuda a Dios. Al día siguiente, acordó ir junto a su esposa, Elaine, a una reunión de la Iglesia Universal, a pesar de no ser miembro.
En la segunda reunión, dejó a Naira, hoy con 6 años, y a Inara, de 11, en la EBI. Ese día, el matrimonio le pidió ayuda a las educadoras para liberarla de esas visiones.
“Fue muy triste escuchar a mi hija que quería morir. Ella tenía miedo de estar en casa, de ir al baño. Cuando entró en la EBI, todo cambió. Aquí las educadoras enseñan la fe que la gente debe tener en Dios”, celebra Francisco.
Desde temprano en la fe
El cariño que las educadoras tienen con los niños, desde la guardería hasta los 11 años, llevó a la asistente de ventas Fabiana Bernardo da Silva, de 36 años, a seguir el mismo camino: ser educadora, evangelizando y orientando a los niños en la Catedral Mundial de la Fe. Sin embargo, antes de la invitación de la EBI, atravesó una fase difícil con su hijo Cauã, quien contrajo neumonía bacteriana. “Oré con mi marido y Cauã, que ya sabía orar porque había aprendido en la EBI. Al día siguiente, salió del hospital y fue directo para casa.”
Fabiana cuenta que la relación de su hijo con la EBI es muy especial para ella. “La escuela bíblica forma parte de la historia de mi hijo. Cauã habla del nombre de Jesús a los demás niños. Saliendo de un niño, eso es muy puro. Esa transformación en la familia, no tiene precio”, destaca.
Ayuda preciosa
El sueño de tener un hijo de sexo masculino, para Estela García, demoró 5 años en hacerse realidad; después del nacimiento de Tainá de 9 años. La emoción fue grande con el nacimiento de Tiago. Pero, al cumplir 8 meses, Estela notó que su hijo tenía dificultades para hablar y caminar. Angustiada, pidió ayuda en la EBI. “Quería ver a mi hijo caminando, hablando y corriendo”, cuenta. “Con fe en Dios y las orientaciones de las educadoras, con menos de 9 meses Tiago ya estaba corriendo por la casa”, comenta Estela, con una gran sonrisa.