Muchos profesores ya están acostumbrados a lidiar con niños y adolescentes que nunca habían escuchado un “No” hasta llegar a una clase. Esos alumnos no respetan autoridad alguna, son pequeños tiranos que no están acostumbrados a ser contradichos y no tienen la menor idea de cómo enfrentar una frustración, pues son atendidos en todos sus deseos por los padres y familiares.
Son padres que actúan más como amigos, y que quieren hacer sus hijos “felices” 24 horas al día, sin saber que, con eso, los están privando de hacerse civilizados a través de una educación básica y de la oportunidad de prepararse para la vida real. No me refiero a la educación académica, sino a la que se enseña en casa, como solía ser algunas décadas atrás.
Si el hijo recibe una nota baja, los padres solicitan inmediatamente una reunión con la dirección del colegio para exigir una explicación y, por supuesto, la retractación del “error”. El pago de las mensualidades da a los padres el estatus de “clientes” que, como tales, tienen derecho a ser satisfechos en todo momento, de lo contrario, cambiarán a su hijo de colegio.
En casa, ellos hacen lo que quieren a la hora que crean mejor y jamás se les prohibe estar con el móvil o la tablet, aunque haya visitas en casa o sea la hora de la comida. Ellos no necesitan hablar educadamente y no tienen que sentarse a la mesa para comer. También pueden gritar, ofender y decir lo que les apetezca, al fin y al cabo, están simplemente expresando sus sentimientos y no deben ser reprimidos. Siendo así, ¿por qué en el colegio debería ser diferente? ¿Estos profesores no entienden lo especial que es su hijo ?
Esta generación que no sabe servir está creciendo y llegando al mercado de trabajo. Son transeúntes que chasquear los dedos esperando que alguien les traiga un cafecito. Son asistente que gritan con sus superiores y no aceptan recibir órdenes. Son jóvenes que no entienden porque, de repente, la vida se quedó aburrida y nadie más quiere hacer su voluntad. ¿Y por qué reciben poco dinero? ¿Nadie ve que esa miseria no da para nada? ¿Por qué no pueden quedarse todo el día en las redes sociales? ¿Por qué tienen que agradar a un cliente al que ni siquiera conocen? ¿Por qué tienen que ser productivos y competir con tantos otros en un mercado de trabajo donde sólo los fuertes permanecen? Por cierto, ¿por qué tienen que ser fuertes? Ellos simplemente no entienden. Nada de eso es natural para quien fue criado como un emperador.
Una generación que sólo oyó un “SÍ” no entiende lo que significa un “NO” y, por supuesto, sufre. Pero para evitar al máximo ese sufrimiento, allí están los padres, repitiendo el mismo comportamiento que en la época estudiantil. Los padres van a las empresas a pedir explicaciones con los superiores de sus hijos. ¿Por qué no le dieron la mejor mesa? ¿Por qué se quejaron de su hijo cuando él atendió la llamada de su novia? ¿Por qué insisten que su hijo sólo tiene una hora para comer si el restaurante que le gusta está lejos? ¿Por qué tiene que trabajar el día de su cumpleaños ? ¿Esta empresa no entiende cuánto su hijo es especial?
Y la pregunta que queda es: ¿qué será de una generación débil, que no sabe enfrentar el mundo, no tiene noción de cómo convivir con frustraciones y que depende de terceros para resolver todos sus problemas? Ese es el tipo de cosa que produce más pena que rabia.
Los niños necesitan límites, los adolescentes necesitan un ejemplo y todos necesitamos a veces un “NO”para ser mejores personas. Son los desafíos de la vida que nos hacen fuertes, por lo que no podemos privar a los niños de aprender a vivir como personas de bien. No tenemos el derecho de hacer eso con ellas.
Por Patricia Lages