El diablo trabaja en los pensamientos de las personas para convencerlas de que han hecho muchas cosas malas y que no hay perdón para ellas. Sin embargo, el Señor Jesús es todo lo contrario, Él perdona, pues Él no vino para condenar, sino para salvar.
Puede que usted se considere la peor persona de este mundo por haber hecho cosas terribles, pero si hoy Le dice al Señor Jesús: “yo quiero cambiar”, “reconozco mis errores”, “perdóname, Señor”, “yo Te entrego mi vida”, y lo hace con sinceridad, al instante, la sangre del Señor Jesús borra sus pecados y hace de usted una nueva criatura.
El diablo usa las religiones, pues estas controlan a las personas haciéndolas sentir culpables. Esto explica y deja en claro que la religión no salva a nadie. Si salvara, no habría tanta gente perdida en este mundo. La buena noticia es que el Señor Jesús no es una religión.
En el pasado, los religiosos trajeron ante Él a una mujer que había sido sorprendida en adulterio.
“Entonces los escribas y los fariseos Le trajeron una mujer sorprendida en adulterio; y poniéndola en medio, Le dijeron: ‘Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio. Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices?’” (Juan 8:3-5).
Aquellos hombres solo querían tentar al Señor Jesús.
“Mas esto decían tentándole, para poder acusarle. Pero Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo. Y como insistieran en preguntarle, Se enderezó y les dijo: ‘El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella’. E inclinándose de nuevo hacia el suelo, siguió escribiendo en tierra. Pero ellos, al oír esto, acusados por su conciencia, salían uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros; y quedó solo Jesús, y la mujer que estaba en medio” (Juan 8:6-9).
Lo que el Señor Jesús estaba enseñando era que uno no puede juzgar a nadie. El Único que podía hacerlo era Él, porque no tenía pecado, pero ni Él la condenó.
“Enderezándose Jesús, y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: ‘Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó?’. Ella dijo: ‘Ninguno, Señor’. Entonces Jesús le dijo: ‘Ni Yo te condeno; vete, y no peques más’” (Juan 8:10-11).
Aquella mujer recibió el perdón y usted también puede recibirlo. La persona que vive en el pecado vive con miedo a ser descubierta. No hay mejor cosa para el ser humano que apoyar su cabeza en la almohada y dormir en paz. Eso tiene nombre: conciencia limpia. Y Jesús es el Único que puede darla.
Usted no está leyendo este mensaje en vano, lo está leyendo porque el Señor Jesús quiere darle una oportunidad para que tenga una nueva vida.
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