Todavía recuerdo cuando el obispo Macedo me presentó al obispo Roberto Augusto en la casa en la que vivían en Petrópolis, en Rio de Janeiro.
Y dijo que mi voz un día iría por el mundo anunciando a la Universal; que no tendrían solo una radio, sino muchas repartidas por todo el mundo. En aquella época, todavía soñaba y batallaba para comprar la primera, que fue la radio Copacabana.
Cada vez que pienso en eso y en tantos otros episodios de las páginas que describen los capítulos de mi vida en “Yo Soy la Universal”, mi corazón llega a saltar al ver la impetuosidad de la fe del hombre de Dios llamado obispo Edir Macedo.
Es incuestionable que la Fuerza de Dios habita en la vida del obispo donde, entre pedradas y pedradas, construye puertas abiertas para Salvación.
Fue en la Universal donde aprendí a soñar, no como una utopía, sino como una realidad de vida.
Aprendí que el camino que me lleva hasta los sueños se llama Sacrificio, en un lugar llamado Renuncia.
Aprendí a ser fuerte en mi extrema debilidad, cuando no dejo que mis sentimientos dominen mi razón, y mantengo mi fe pura.
Aprendí que nada ni nadie puede impedir los sueños de Dios para mí, a no ser yo misma.
Aprendí a mirar hacia adelante, donde está mi victoria, y a permanecer en el Altar, donde nacen todas las conquistas.
Son 36 años de la Universal. Entré por esa puerta cuando todavía era una niña con mi familia, viendo luchas constantes, pero viendo también, los grandes hechos de Dios, las victorias incontables.
Agradezco a la Universal, esa puerta que se abrió para mí y para mi familia. Pero no puedo dejar de agradecerle al obispo y a usted, Señora. Ester, por ser ejemplos en todo, por toda la entrega y la superación constantes, para mantener esa gigantesca puerta abierta.
Que nuestras vidas sean como los buenos frutos de las muchas lágrimas derramadas en el Llanto de la Universal…
¡Hoy tenemos la honra de formar parte de este lindo jardín!
Debido a sus vidas, nosotros creemos… Y como aun una niña, así como aprendí, continúo así…