¿Qué orgullo es ese que le impide al hombre asumir sus errores y enfrentar las consecuencias de sus actos? ¿Por qué cree que no tiene que ser penalizado cuando hace algo malo deliberadamente o que no debe pedir disculpas por sus errores involuntarios?
Esto parece estar de moda, es una característica marcante de esta generación, a pesar de que esta postura no es una novedad desde que el ser humano fue creado. Hay quienes piensan que están por encima de las leyes.
Observe las situaciones en las que alguien conduce su auto o su moto y pone en peligro a todos a su alrededor, incluso a sí mismo, por una tontería; pedalea su bicicleta por la vereda al ras de los peatones, incluso cuando esta les pertenece a ellos; se apodera de lo que no es suyo por pensar que saldrá ileso; o es brusco con los demás y no les tiene consideración. Sin hablar de los robos.
Estas actitudes, grandes o pequeñas, dejan en evidencia la falta de respeto.
Usted ya debe haber tenido un compañero, un amigo o un pariente que, aun sabiendo que estaba equivocado en algo que dijo o hizo, no dio el brazo a torcer porque piensa que eso es una señal de debilidad. Por este motivo, insiste en el error para poder transmitir la imagen de «soy un macho y estoy en lo correcto». Sin embargo, basándose en «mejor tener paz que razón», la mayoría deja a este tipo de personas de lado y sigue adelante. Esto puede funcionar para evitar conflictos en el momento, pero solo le da al soberbio que está de guardia la impresión de que es el mejor, y, de esta manera, seguirá en el error.
¿Esto formará parte del enfriamiento del amor previsto por el Señor Jesús en la Biblia (Mateo 24:12), que tanto presenciamos en vísperas del fin de los tiempos? Por supuesto que no asumir las fallas es algo muy antiguo, pero parece más abundante actualmente, por eso, no parece solo una coincidencia con las palabras del Mesías.
Parte de esto se debe al orgullo. Si ni el Señor Jesús, el mayor de todos los hombres que ya pisaron la tierra, no cedió ante la soberbia, ¿por qué un simple ser humano se cree algo, al punto de pensar que las reglas solo se aplican a los demás y no a él?
Si el Mesías es parte de la trinidad que forma con el Padre y el Espíritu Santo, es la prueba viva, tanto en el tiempo que estuvo físicamente como ahora, de que la humildad de seguir las leyes y las reglas de convivencia, respetando el lugar y el ser del prójimo, debe ir de la mano con el Espíritu. Un hombre, ayer u hoy, que también está revestido por el Espíritu, no tiene el permiso de creérsela cuando fue el Hijo de Dios quien se hizo hombre para mostrar exactamente lo contrario.
Decir que es un hombre de Dios es muy fácil, pero es a través de las acciones, no solo de las palabras, que eso realmente se demuestra. Por eso, es espantoso que muchos por ahí, que dicen ser ministros del Altísimo, sean narices paradas, maltraten a los que están a su alrededor o cometan errores como los mencionados anteriormente y crean que está todo bien por ser quienes son o por quienes creen que son.
Estos errores pueden cometerlos cualquier persona, pero, cuando los comete un líder, por ejemplo, sus seguidores terminan apartándose, porque confiaban en él y lo veían como una inspiración. Aun peor, repiten lo que hace ese ser que admiran.
Mencionamos mucho al rey David en esta página a lo largo de las ediciones, y esto tiene sentido, porque él tiene su vida y sus errores escritos en la Biblia. No obstante, allí también está escrito cómo él fue humilde para confesarlos y enfrentar las consecuencias.
Por lo tanto, al momento de creérsela por algún motivo, recuerde a los que lo siguen y que no puede hablar solo de la boca para afuera.
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