¿Qué padre o madre se complace en ver a su hijo siendo enviado a la guerra?
Aunque algunos incluso se enorgullezcan en verlos sirviendo a la patria, dudo que no tengan miedo de perderlos en una batalla.
Por más fuerte y equipado que un ejército sea, existe siempre un riesgo muy grande de que ese soldado nunca más vuelva.
A fin de cuentas, ¡guerra es guerra! No existe guerra sin pérdidas.
Pensándolo así, el mundo en el que vivimos hoy también es una guerra.
Drogas, prostitución, enfermedades, violencia, delincuencia, balas perdidas, terrorismo, desastres naturales a causa de la imprudencia humana… Y la lista sigue.
No existe nadie que sea inmune a eso, no importa el lugar en el que viva.
Si usted haría de todo para no enviar a su hijo a una guerra armada, sabiendo que él podría no volver sano y salvo, entonces, ¿por qué traer hijos a este mundo sucio y tenebroso sabiendo que la posibilidad de que sean salvos es muy pequeña?
Siempre me encantaron los niños. Mi voluntad, así como la de Nanda, era tener cuatro hijos – dos nenes y dos nenas, así como mis padres tuvieron.
Pero, sinceramente, hoy Le doy gracias a Dios por la decisión que tomamos de renunciar a ese derecho.
Hemos visto el dolor y el llanto de muchos padres en la lucha por sus hijos; y claro, oramos mucho para que esos hijos se conviertan y entreguen sus vidas al Señor Jesús.
Gracias a Dios, eso ha sucedido, pero nuevamente me refiero a la pregunta antes hecha: ¿Por qué traer hijos a esta guerra, si la chance de que vuelvan ilesos de la batalla es tan pequeña?
Creo que debemos reflexionar sobre eso y no dejar que el corazón (sentimientos) nos juegue una broma pesada.
¡Que Dios los bendiga!