El artículo de un periódico francés repercutió en los medios de comunicación a nivel internacional – inclusive en Folha Universal. Una cafetería francesa premiaba, con considerables descuentos, a los clientes que usaran palabras que están cayendo en desuso: “buen día”, “por favor” y “gracias”. El maleducado paga más. No es solo una cuestión de buenos modales y de urbanidad. Va mucho más allá: es sobre el respeto al prójimo. Mucha gente habla de buena educación, pero pocos la practican. La mayoría cae en el mismo error: hipocresía.
El tema también se trató en el periódico canadiense Calgary Herald, de la provincia de Alberta, en un artículo que cuestiona: “Inclusive aquí, en Canadá, donde la cortesía es una característica en la identidad nacional, las investigaciones consistentes sugieren que estamos volviéndonos menos corteses, más individualistas y, cada vez, más propensos a un comportamiento grosero – sea en el trabajo, en espacios públicos o en los medios sociales. El pregunta es: ¿no se puede hacer nada al respecto?”
Sí. Inclusive el casi siempre caballeroso Canadá está preocupado por la ausencia de los buenos modales – y antes de que se convierta en un problema mayor. El mismo artículo del Herald señala que países como Alemania y Singapur llegan a multar a quien le falta el respeto al prójimo, incluso en casos como escupir en la vereda o no hacer la descarga de agua en un baño público. Si se pone de moda en otros países, dada la falta de educación reinante, el gobierno ni siquiera necesitaría cobrar más los impuestos.
El periódico de Alberta cita otras formas de falta de respeto hacia el prójimo: el uso del celular en espacios como iglesias, teatros y cines, la desobediencia a las reglas de tránsito, los empujones en el subte, los niños incorrectos en público no reprendidos por los padres, las declaraciones groseras en los perfiles de las redes sociales, patear la parte posterior de la butaca delantera en el cine, entre otros. Lo peor: quien es víctima de hechos incivilizados, incluso, presenta una caída en la productividad. La falta de educación desanima.
“Cosas demasiado simples como para causar alarma”, pensarán algunos. Como estamos más acostumbrados a ver la falta de educación que el respeto hacia el prójimo, la grosería se volvió algo banal. Pero esas pequeñas actitudes son las que crean lo cotidiano, que se vuelve cada vez, más desagradable.
Ejerza la humildad
El foco del artículo del Herald es la preocupación por la calidad de vida, basada, exactamente en pequeñas actitudes que forman el todo. El amor al prójimo – orden directa y clara del propio Señor Jesús en la Biblia – no se mide solamente por grandes acontecimientos. Sucede en lo cotidiano.
Dar el paso a quien sale del ascensor antes de entrar; lavarse las manos al usar el baño sin salir desparramando suciedad (aunque sea microscópica) en todo lo que tocamos; usar con más frecuencia “por favor”, “permiso”, “gracias”; no maltratar a las personas que trabajan en funciones consideradas más simples; parar el auto cuando un peatón quiere usar la senda peatonal, y otras actitudes así de sencillas muestran más el respeto y el amor hacia el semejante, que predicarlo a los cuatro vientos y no ejercerlo.
“Exquisitez”, dirán otros. Sin embargo, alguien muy importante, que tenía en las manos todo el poder del universo, estuvo físicamente entre nosotros hace aproximadamente 2 mil años y ejercía la humildad. Sí, hablamos de Jesucristo. Y para Él, educación no era “exquisitez”. Una vez curó a un grupo de diez leprosos (Lucas 17). Nueve se fueron festejando la cura. Solo uno volvió glorificando a Dios y se arrodilló frente al Mesías. Jesús Se lamentó por los otros nueve, pero quedó agradecido por el que se preocupó por regresar y, simplemente, agradecer.
No era solo una cuestión de gratitud. Era más que eso, era una cuestión de fe (Lucas 17:19).
¿Cuándo dejaremos de ser hipócritas al hablar de Salvación, de bendiciones, de amor y comenzamos a demostrar que respetamos a Dios y a nuestros semejantes con actitudes muy simples? Se trata de dejar de hablar y comenzar a hacer.
Y, acá, entre nosotros: solo no valora un acto de buena educación, quien no tiene ninguna.
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