El desesperado se puso a correr antes de que el día aclarara, con miedo de que el sol le revelara a todos su traición y trajera consigo la pena de muerte a Aquel que nunca le hizo mal a nadie. Se arrodilló dentro del templo y clamó por la absolución de su Maestro.
La traición, la deslealtad y la mentira corren por las venas de los hombres desde que existe el tiempo, desde que Caín le dio a Abel la primera prueba de maldad humana. Ella se esparce por las arterias y recorre cada célula del cuerpo, sale por la boca y por las actitudes, mata a quien estuviera en frente, pero mata también el alma que la profiere.
Cuando Judas reconoció su pecado, confesando haber traicionado sangre inocente, ya no había más tiempo para ajustes. Jesús estaba lejos de allí, listo para vivir su muerte más intensamente que cualquier otro hombre había vivido hasta entonces. El beso de Judas es simbólico, muestra que con un aparente cariño es posible quitar una vida. Pero su arrepentimiento es una verdadera lección.
La vida del apóstol no termina en el beso, ni en el lugar donde perdió sus zapatos, como se dice hoy en día. La Historia se encargó de traer hasta nosotros el aprendizaje que Judas tuvo para que no repitamos su error. Traicionar a quien uno ama es malo. Traicionar a quien lo ama puede ser imperdonable. Judas se engañó a sí mismo, imaginándose que solo su Líder lo despreciaría. Se dio cuenta tarde que el mayor desprecio vino de sí mismo.
“¿Qué nos importa a nosotros? ¡Allá tú!”, se burlaron aquellos a los que Judas fue a pedirles la absolución.
Y eso era de él para consigo mismo, y solo internamente sería posible resolverlo. Todos conocen el fin del cuerpo de Judas, colgado en un árbol. Habiendo leído la Biblia o no, todos saben lo que llevó a aquel hombre a la desesperación, y muchos, aún así, caen en el mismo camino equivocado.
Algunas personas son capaces de notar sus errores, se hicieron una reformulación interna y se perdonaron a sí mismas. Otras, como Judas Iscariote, solo logran ver que no tienen la fuerza que se imaginaban luego de colgarse la cuerda al cuello.
(*) Mateo 27:1-5