Corría el 1936, tres años antes de que estallara la 2ª Guerra Mundial, y un hombre, tan solo uno en medio a decenas, se rehusó a hacer algo que no le agradaba. August Landmesser, entonces trabajador en un astillero (establecimiento donde se construyen y reparan buques) de Hamburgo, en Alemania, fue el único que no levantó el brazo para hacer el saludo nazi, en pleno período nazista, durante el lanzamiento de una embarcación militar alemana.
Valiente, osado ¿o simplemente leal a sus verdades y certezas?
La historia alcanzó notoriedad el año pasado, cuando la foto que muestra la escena, comenzó a circular en internet. Pero, en la década de 1990, al ver la foto en un periódico alemán, una de sus dos hijas, lo reconoció. Ella escribió un libro contando la historia de la familia (padre expulsado del partido nazi por casarse con una judía, preso y enviado a la guerra; madre desaparecida después de que la Gestapo la apresara; y la separación de su hermana, aun siendo chicas).
Muchos de nosotros nos quedamos pensando cuando leemos o escuchamos una historia como esta. Cuando todos estiraban sus brazos, él permaneció con los suyos cruzados. No se desestabilizó frente aquella conmoción social. Fue más fuerte la lealtad hacia su conciencia y a sus ideales. Entonces, nos preguntamos ¿cómo pudo ese hombre decir no, aun sin palabras, solo con la ausencia de un gesto, rodeado de tantos que lo hacían?
Tal vez, eso suceda porque estamos mal acostumbrados a decir siempre que sí, como una forma de evitar conflictos y pérdidas en las relaciones cotidianas. El “sí” puede significar gentileza, solidaridad, pero puede convertirse en casi una obligación cuando otros se acostumbran a escucharlo de nuestras bocas. Pero lo peor es cuando el “sí” comienza a ser una señal de deslealtad consigo mismo, al asumir compromisos que tal vez usted no pueda ni deba establecer.
O, por otro lado, con el “no”, cargue un riesgo inminente de dejar a la otra persona enojada, lastimada u ofendida. Sin embargo, esto no significa que ese estado persista. Muy por lo contrario. Mientras usted está defendiendo sus propósitos, la otra persona tendrá la oportunidad de ser más tolerante y comprensiva. Quien no acepta un “no” como respuesta, y nos rechaza frente a una respuesta negativa, ¿es posible que sea nuestro amigo de verdad o solo por interés?
Decir “no” también impone límites. Nadie puede agradar a todo el mundo, en todo momento. Mejor trabajar día a día en una relación de confianza mutua, en la que se sabe cuándo el otro puede realmente dar, en lugar de aceptar todo hasta el límite de explotar y afectar a quien no tiene nada que ver con la historia.