Todos saben que la vida es breve como un soplo, pero muchas personas viven como si la vejez y la muerte no vendrían. Corren desesperadamente en la búsqueda de la felicidad y buscan la satisfacción de sus deseos a cualquier costo. Creo que, cuando nuestros ojos están borrosos por causa de la miopía de las futilidades y no logramos ver muy bien cómo son las cosas, podemos ver el mundo a través de los ojos de alguien que percibe y discierne más que nosotros.
Además, tenemos muchas historias de vida que nos enseñan lo que no se debe hacer y lo que no se debe decir jamás, y sabios son aquellos que logran asimilar y cambiar sus pensamientos y perspectivas. El famoso boxeador Muhammad Ali fue considerado el deportista del siglo. Sus numerosas victorias le dieron premios, honores y fama internacional.
Su ascensión tuvo lugar el 25 de febrero de 1964 cuando, en el auge de los 22 años, venció a su oponente Sonny Liston y ganó el título de peso pesado de The Ring, de la WBC. El final de la pelea fue anunciado en el Miami Beach Convention Hall, la emoción del boxeador era tan grande que vociferó a los periodistas: “Soy el más grande ¡Soy el rey del mundo!”. Su historia estuvo llena de muchas victorias dentro del ring y cada vez que sus declaraciones eran más eufóricas, como: “es difícil ser humilde cuando se es tan bueno como yo” o “tengo todo el mundo a mis pies. Soy el más grande.”
El gran éxito lo hizo que se sintiera de esa manera. El hombre fue denominado “La Leyenda” por la prensa y puesto en la cima probó la satisfacción de la fama, del reconocimiento popular, de los placeres del materialismo.
Sin embargo, el tiempo iguala a todos, sin distinción, y el fuerte e imbatible Muhammad apareció en los Juegos Olímpicos de Atlanta, en 1996, con las manos temblorosas y con problemas para encender la antorcha olímpica. La pelea de su vida ahora es contra el Mal de Parkinson. Y cada aparición pública posterior revela a un hombre cada vez más frágil y sin fuerzas para hablar o caminar.
En cada movimiento suyo, los admiradores a su alrededor se quedaban en silencio, de tan grande que era el esfuerzo que él hacía para moverse. No estaba más evidente su fuerza física o su exaltación, sino sus múltiples dolores y limitaciones.
Todos los hombres son parecidos y basta ser exitoso en algo para sentirse mejor que los demás y tener la sensación de que será para siempre. Si el ser humano no está atento a su corazón, vera que rápidamente se hace vanidoso delante de las conquistas. Y vivir en esta vanidad es vivir en el “vacío del vacío”. El real valor de la vida está en vivir la fe y es la solución para que nadie se sienta más de lo que realmente es.
Todos seguimos el mismo curso: envejecer y morir. Y nuestro propio cuerpo nos enseña eso. Cada año las fuerzas disminuyen, los cabellos blancos se van instalando luchando con la juventud, la memoria y la voz comienzan a cambiar. Para no frustrarse, comprenda el propósito de su vida en este mundo y ponga toda su fuerza en la búsqueda de la eternidad con Dios. La belleza y la fuerza espiritual que viene de Él, el tiempo no la roba.
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