“Pero al malo dijo Dios: ¿Qué tienes tú que hablar de Mis leyes, y que tomar Mi pacto en tu boca? Pues tú aborreces la corrección, y echas a tu espalda Mis palabras.” (Salmos 50:16-17)
Ya vimos que los beneficios de la fe suceden a causa de la obediencia a la Palabra.
Pero la obediencia es una actitud, no un sentimiento. Vimos también que la fe es actitud, movimiento. Cuando andamos en la fe, el Espíritu de Dios nos mueve. Entonces, no hay miedo, duda, ansiedad o preocupación. Por el contrario, hay certeza, convicción, determinación y valentía para actuar la dirección Divina.
Esta química de la fe se combina con el Espíritu. Andar en Espíritu es andar en la fe o en movimiento.
No sirve de nada tener conocimientos bíblicos y no tomar una actitud. No es suficiente ni para la salvación del alma, ni para las conquistas materiales. Muchos ignoran esta verdad. Para tales el Señor manda el siguiente recado: “¿Qué tienes tú que hablar de Mis leyes, y que tomar Mi pacto en tu boca? Pues tú aborreces la corrección, y echas a tu espalda Mis palabras.” (Salmos 50:16-17)
El poseído por el Espíritu es guiado como por un Viento impetuoso. Es obediente.
A causa de eso, el Espíritu Santo lo inspira, él practica y conquista su Tierra Prometida. Dios les prometió Canaán a Abraham y a sus descendientes. Pero las promesas no suceden automáticamente. Hay que tomar posesión de ellas. Entre la promesa y su cumplimiento existe un camino por recorrer. Es por la acción de la fe que se toma posesión de las promesas.
La salvación del alma no es diferente. Fuimos salvos, estamos salvos y seremos salvos si perseveramos en la fe. Si continuamos viviendo de fe en fe, tomando actitudes, siguiendo la dirección del Espíritu.
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Las promesas Divinas no suceden automáticamente. Hay que tomar posesión de ellas.
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Fuente: Libro “El Pan nuestro para 365 días”, del obispo Edir Macedo
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