“En mi juventud, mi hijo enfermó y mi pareja nos llevó a ver a un pai y una mãe. En ese lugar empezaron a tocar bombos y sentí como martillazos dentro de mi cabeza. Me desmayé y, cuando terminó el ritual, me dijeron que tenía la mente muy abierta, que debía entrar con ellos para la mediumnidad. Sin darme cuenta, a los tres meses ya estaba bañada con sangre.
Durante diez años ellos iban a mi casa a buscar dinero, dólares, pesos u oro. Cada vez me sentía peor, no tenía ropa, estaba triste y pensaba en tirarme debajo de un auto.
Cansada de eso, dije: ‘No quiero trabajar más en esto, no voy a ir más al cementerio, no voy a hacer más servicios ni dar dinero’. Ellos se ofendieron y me dijeron: ‘Te vas a quedar seca como un sapo, no vas a ser feliz’. No me importó y empecé a trabajar sola. En un día, recibía a cien personas.
La relación con mi pareja empeoraba. Decidí ponerle punto final cuando me dio un cachetazo y me desmayé. Me levanté, me agarró un ataque de nervios y le rompí la ropa. Lo hice con la fuerza que me daban los demonios a los que servía y me atormentaban.
Yo no podía dormir, me acostaba y me tocaban las piernas. Mi casa parecía reventar, cerraba mis ojos para no ver eso, porque quedaba paralizada. Escuchaba gritos, veía una bola de fuego, se abría la ventana, soplaba un viento que se llevaba todo, pero no había nadie. Ese fue mi calvario durante 25 años.
Una vez, intenté matarme con un revólver, gatillé tres veces, pero la bala no salió. Tiré el arma contra la pared, el proyectil salió, pasó sobre mi cabeza y se incrustó en la pared. Ese golpe hizo que se encendiera la televisión, un aparato viejo que funcionaba a los golpes, y vi la frase ‘Pare de sufrir’. Luego, un pastor dijo: ‘Le hablo a usted que se está queriendo matar…’. Esa frase me tocó. Al día siguiente, fui a la Iglesia Universal.
En ese entonces, pesaba 45 kilos, mi estómago no retenía alimentos, pero ese día, cuando salí de la reunión, comí y pude dormir. La paz que sentí fue maravillosa. Dije: ‘Acá me voy a quedar. Esta es mi salvación’.
Pasaron dos meses y dejé de asistir, pero todos los días me llamaban personas de la iglesia para preguntarme cómo estaba. Me cuidaban muchísimo. Eso me dio las fuerzas que nunca en mi vida tuve. Que se preocuparan por mí, para mí era de otro mundo. Volví, fui libre de todo lo malo y el Espíritu Santo tocó mi vida, Lo recibí y experimenté la transformación total. Desde ese momento, Le pido a Dios que ponga en mi camino a las personas que están sufriendo”. Catalina
Catalina asiste a la Iglesia Universal ubicada en Chile 423, Ezpeleta, Bs. As.
Participá este viernes a las 8, 10, 12, 16 y especialmente a las 20 h, en Av. Corrientes 4070 – Almagro o en la Universal más cercana a vos.