El Espíritu Santo nos enseña del versículo 23 al 25 del capítulo 3 del libro de Colosenses:
«Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres…»
No hagamos las cosas buscando ser valorados, reconocidos, o que los demás nos agradezcan, sino que TODO lo que hagamos sea «como para el Señor».
Es muy fácil hablar, juzgar y criticar a los demás. Por eso, debemos entender y respetar la individualidad de cada uno, porque nosotros los seres humanos somos, gracias a Dios, individuales, no hay ningún ser humano en la Tierra igual a otro. Aunque sean hermanos gemelos, cada uno tiene su personalidad, su espíritu, su corazón (alma), su individualidad, y no tenemos derecho de juzgar ni de condenar a nadie.
Si estudiará, trabajará, conducirá, hará la comida, vendrá a la iglesia, evangelizará, ofrendará o cantará, hágalo para el Señor, sea consciente de hacerlo para el Señor.
Si los demás, sea quien sea, no lo reconocen y se burlan de su fe o no lo apoyan, no importa, Dios lo apoya, el Espíritu Santo lo apoya, nosotros lo apoyamos.
Antes de que haga algo, Dios ve su corazón, su interior: ¿cómo lo hace?, ¿por qué lo hace?, ¿cuál es la intención que lo motiva a hacer eso?
«… sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia…»
Dios recompensa, Jesús deja claro en Su Palabra que el que siembra cosecha, y Él dijo
«… uno a ciento, otro a sesenta y otro a treinta»
es de acuerdo con la fe de cada uno, pero Él dejó ya profetizado, determinado: «Si tienes fe para sembrar es porque tienes fe para cosechar, y no será uno a uno, sino como mínimo a treinta por uno, sesenta por uno, ciento por uno». Él empezó por lo máximo, porque Él siempre hace lo máximo por nosotros, quiere darnos lo mejor.
«Es a Cristo el Señor a quien servís.»
Si hacemos todo con el objetivo de servir a Dios y no de ser vistos, la recompensa vendrá a su tiempo.
«Porque el que procede con injusticia sufrirá las consecuencias del mal que ha cometido…»
El que es injusto en su trabajo, el que no honra su palabra, el que toca lo que es sagrado, el que despierta y antes de hablar con Dios enciende la televisión, pelea, lleva y trae chismes, aunque diga «primero Dios», pero solo con palabras, porque en los hechos y en las actitudes no lo implementa, el que no ora, el que no lee la Biblia, el que no medita en el Padre nuestro y el que no bebe del Agua Viva sufrirá las consecuencias del mal. El mal lo tocará y Dios no podrá hacer nada: «Si tocas lo que es Mío el mal tocará lo que es tuyo».
No es Dios amenazándonos, sino concientizándonos sobre las consecuencias de nuestras actitudes: «Si eres honesto, si eres verdadero, si eres diligente, si eres aplicado, Yo haré justicia».
«… y eso, sin acepción de personas.»
No importa si es obrero o pastor, si es diezmista, si va a la iglesia, si hace caridad, nada de eso le garantizará la bendición si usted practica la injusticia.
La primera y mayor injusticia es que el ser humano no Le atribuya a Dios el primer lugar, porque Él es el Creador, Él es el SEÑOR. Él nos enseña a llamarlo Padre, Él nos engendró, somos nosotros quienes dependemos de Él, no Él de nosotros.