En el Antiguo Testamento, Bildad argumentaba a su amigo Job sobre que el satélite exhibía una luz que no era la suya, así como el hombre es apenas un receptor de la fuerza de Dios y debe servirle
“He aquí que ni aun la misma luna será resplandeciente, ni las estrellas son limpias delante de sus ojos”, (Job 25:5)
En sus muchos cuestionamientos a Dios, Job siempre citaba ejemplos de la naturaleza y su complejo funcionamiento, así como los que lo encaraban de forma benéfica en su desgracia. Uno de esos argumentadores era su amigo Bildad, autor de los dichos bíblicos de arriba. Milenios atrás, es sorprendente que alguien ya hubiera llegado a la conclusión de que el satélite natural de la Tierra no tenía luz propia como el Sol, sino que sólo la reflejaba.
En verdad, la capacidad reflectante que posee la Luna es baja, ella apneas refleja el 7 por ciento de la luz sola que recibe. Como durante la noche estamos en la parte oscura de la Tierra y vemos el espacio negro, sin la incidencia solar que hace al cielo azul (por efecto de los rayos solares con los gases de la atmósfera), el contraste nos causa la ilusión de que el brillo es más intenso. Aunque sea fuerte algunas noches, al punto de iluminar el suelo, es apenas una pequeña fracción de la luz del día. Podemos percibir eso cuando la Luna es visible de día, en pleno cielo azul, siendo apenas un cuerpo opaco, ya que la luz a su alrededor es intensa y hay menos contraste. Aún así, en nuestro celo es el objeto visible al ojo más brillante después del sol.
En un eclipse lunar podemos constatar eso con más evidencia. La Tierra queda entre el Sol y la Luna, impidiendo que la luz del primero alcance a la segunda. El satélite se oscurece por algunos minutos, reapareciendo al poco tiempo, cuando nuestro planeta deja de obstruir la incidencia solar.
Saber antiguo
Los esfuerzos de Galileo Galilei (1564-1642) y la construcción de su luneta, basada en estudios sobre lentes que incrementó, iniciaron las investigaciones científicas en relación a la lumbrera nocturna sobre la que habló el Génesis en la creación (capítulo 1, versículo 16). Pero los mayores secretos sobre el satélite sólo fueron descubiertos en la década del 50’ en el siglo pasado.
Bildad, en sus metáforas, comparaba la Luna al hombre. Así como el satélite no tiene luz propia, aunque lo parezca, el ser humano tampoco tiene la fuerza que cree tener, pues ella viene de Dios. Y la intención de todo cristiano que lleva los preceptos de su fe en serio es hacer que él mismo no brille, sino que la luz de Dios refleje en él y sea vista por los demás. Aún así, el amigo de Job mostró un conocimiento muy avanzado en su tiempo, antes incluso que el hombre inventara los artefactos que le permitieron ver el cuerpo celeste más de cerca, y mucho antes de que el habitante de la Tierra pisara suelo lunar, como sucedió en 1969. Aún así, hay personas que dudan que los astronautas Neil Armstrong y Edwin “Buzz” Aldrin (en la foto) realmente estuvieron en nuestro satélite natural aquel año, y defienden que todo eso no pasó de un montaje bien realizado por los Estados Unidos, para adelantarse en la Carrera Espacial emprendida con la Unión Soviética, país que puso al primer hombre en el espacio (Yuri Gagarin).
Más allá de si el hombre caminó o no sobre la Luna, queda la importancia de la biblia, la Palabra de Dios entre nosotros, que anticipa información que el hombre, por su propia capacidad (dada por el Creador), sólo constató miles de años después.