“Entonces Caleb hizo callar al pueblo delante de Moisés, y dijo: Subamos luego, y tomemos posesión de ella; porque más podremos nosotros que ellos.” (Números 13:30)
Aquel pueblo vio lo imposible. Como si fuera poco ser quitado de la esclavitud, vieron el mar abrirse y lo atravesaron. Vieron cómo Dios los guió con una columna de fuego a la noche, calentando e iluminando la fría y oscura noche del desierto. Y con una columna de nube durante el día, trayendo sombra y amenizando el sol abrasador.
Vieron brotar agua de la roca; vieron maná cayendo del cielo. Recibieron la Ley de Dios y Sus promesas. Tenían de Él la garantía de que tomarían posesión de la Tierra Prometida. Sin embargo, al llegar allí, se asustaron con lo que sus ojos vieron. Los habitantes de la tierra eran aparentemente más fuertes y numerosos.
Creyeron en lo que sus ojos vieron y sus corazones sintieron, y no en la Palabra que Dios les había hablado. Solo Josué y Caleb vieron diferente; vieron con los ojos de la fe. Vieron con los ojos de Dios. Si Dios estaba con ellos, no importaba la cantidad de enemigos que iban a tener que enfrentar. Si Dios estaba con ellos, no importaba el tamaño de los problemas.
Caleb hizo callar la voz de la duda y levantó la voz de la fe, sacudiendo al pueblo: ¡Subamos! ¡Vamos, luchemos! Más podremos nosotros. Podremos porque Dios está con nosotros. Podremos porque no estamos sujetos a las circunstancias naturales, sino a las sobrenaturales. A la voz de la certeza. A la voz de la fe.
El pueblo no le prestó atención, eligió seguir al miedo. Decidió ser guiado por sus ojos naturales. Resultado: quien dudó, murió en el desierto. Los únicos que entraron en la Tierra Prometida fueron los dos únicos que creyeron.
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Porque vieron con los ojos de la fe, cosecharon los beneficios de la fe.
Y usted, cómo ha mirado la vida: ¿natural o sobrenatural?
(*) Fuente: Libro “El Pan nuestro para 365 días”, del obispo Edir Macedo
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