Esta ha sido una palabra clave para la inspiración de los artistas en todo el mundo. Ha formado parte de casi todas las canciones y poemas, de casi todos los pueblos. Por él, se ha hecho tanto el bien como el mal, y probablemente, más males que bienes, pues el amor ha sido confundido con las pasiones desenfrenadas mezcladas con egoísmo, y se ha corrompido por los corruptos que pervierten la verdad y la pureza que Dios creó. Por eso mismo, la Humanidad es completamente ignorante con respecto a este asunto, porque, para conocerlo es preciso que primero se conozca su fuente.
El mundo no sabe que es amar, mucho menos lo que significa el amor, razón por la cual presenciamos tanta miseria, hambre, guerras, y toda suerte de destrucción y caos en los cuatro rincones de la tierra. El amor que este mundo ha cultivado es el apego al dinero, a las personas, a las cosas y a sí mismo. Dios es amor. Para que podamos entender el sentido real del amor, es imprescindible que conozcamos a Dios; y para eso, la primera cosa que tenemos que hacer, es aceptar Su máxima expresión de amor hacia nosotros, es decir, Su Hijo Jesucristo. ¡Es maravilloso el amor de Dios! Porque, cuando lo conocemos, luego somos invitados a participar de él, a través del Señor Jesús, cuando sugiere:
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.”, (Juan 3:16).
Inmediatamente verificamos que el amor puro y verdadero comienza con un regalo, exactamente lo opuesto al amor de este mundo, que está más interesado en recibir que en dar.
A partir de la aceptación de este amor divino, comenzamos a ver la grandeza, la amplitud y la extensión de lo que representa el amor. El Espíritu Santo dio al apóstol Pablo un resumen del sentido del amor, diciendo:
“Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve. El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser, pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará (…) Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor.” 1 Corintios 13
Tenemos, entonces, en estos simples versículos, los parámetros del amor, exactamente como fue creado y como se realiza en la vida de quien lo siente. Se percibe básicamente que se dirige en una única dirección, es decir, tiene como prioridad dar sin esperar nada a cambio.
Este sentimiento tan profundo es la base de un carácter genuinamente cristiano, y sobre él están todas las demás virtudes de la personalidad moldeada por el Creador. Este es el amor que debemos cultivar en nuestros corazones, permitiendo que fluya de nuestras vidas hacia otras vidas, porque este es el amor que procede de Dios.
Cuando alguien ama, según el fruto del Espíritu, tiene paciencia con la persona amada. La persona puede sentir hasta un poquito de celo “santo”, porque no es un celo dañino, como sucede en la mayoría de las relaciones que de amor no tienen nada, apenas una pasión desenfrenada, carnal y demoníaca. Quien ama, sufre todo calladamente, pues cree que un día su amor prevalecerá; todo lo soporta, porque sabe que su amor es fuerte como la muerte y que después de enfrentar todas las barreras, permanecerá, porque jamás se acaba.
(*) Texto extraído del libro “El Espíritu Santo”, del obispo Edir Macedo.
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