A veces, frente al desafío de ayudar a alguien, se pueden cometer algunos errores. La imposición es uno de ellos. Cuando alguien impone una idea o pensamiento al querer ayudar, demuestra una determinada falta de madurez. Esa actitud termina por ser un obstáculo para la fe de los demás.
Este tema es bastante delicado porque si la persona no tiene sabiduría al hablar puede hacer que alguien se aleje de la presencia de Dios.
La fe es individual y no se transfiere, es el medio por el cual nos contactamos con Dios. Por eso, nadie puede ni debe imponer su fe.
En el libro de Romanos, el apóstol Pablo dijo así:
“Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno.” Romanos 12:3.
Y en el capítulo 14, versículo 3, del mismo libro, también dijo:
“El que come, no menosprecie al que no come, y el que no come, no juzgue al que come; porque Dios le ha recibido.”
Esta es una advertencia para todos los cristianos que, con buena intención, quieren socorrer al que lo necesita: No juzgue ni acuse a los que no tienen su misma fe. Tampoco les exija nada, aunque sean sus amigos o familiares.
Obviamente, el derecho de respetar a los demás no significa aplaudir los errores. En cambio, debemos enseñar con amor y mostrar el camino de la Salvación, pero sin sofocar a nadie. Debemos respetar las decisiones.