Dios conoce bien los conflictos íntimos humanos. Él también los enfrentó cuando estuvo en el mundo.
Su oración: “Padre Mío, si es posible, pase de Mí esta copa; pero no sea como Yo quiero, sino como Tú” (Mateo 26:39), refleja bien eso.
En las guerras entre el exterior y el interior, entre el alma y el espíritu, entre el corazón y la razón, entre la carne y el Espíritu, siembre hay un vencedor, que decide el destino final del alma.
No siempre el Espíritu de Dios vence a la carne. Eso es porque la carne, el exterior, el alma o el corazón – todo da lo mismo – no están sujetos a la ley (voluntad de Dios), ¡ni tampoco pueden estarlo! Romanos 8:7
No obstante, las corrupciones del hombre exterior, o sea, las obras de la carne, no tienen poder para hacer que los valores espirituales del hombre interior sean anulados. Solo si la persona quiere…
Porque el hombre interior dispone de muchos recursos para neutralizar al hombre exterior.
La confesión de pecados, el arrepentimiento, la oración, el ayuno, el silicio, en fin… Medios para levantarse no faltan.
Por ejemplo, él cayó en pecado. En ese ínterin, el diablo comienza a acusarlo con insistencia. Su conciencia duele. Sabe que está incorrecto.
¿Qué hacer? ¿Dejarse llevar por el desánimo o usar las herramientas de la fe para levantarse nuevamente?
Consciente del perdón mediante la confesión sincera, él actúa y, de inmediato, recibe el perdón por la fe.
A partir de entonces, toma la actitud de regresar al estado original de paz con Dios, por el abandono del pecado y del pasado.
Y así, una vida más es rescatada por medio de una fe práctica, que no tiene nada que ver con los sentimientos. Solo con la obediencia.
Esta es la fe pasada por Pablo, cuando nos lleva a no desanimarnos a causa de una debilidad de la carne.
Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día. 2 Corintios 4:16