Daniela: “Antes de conocer a Dios tenía mucha tristeza, estaba vacía. Me llevaba muy mal con mi papá. Lo peor era que creía que todo el mundo estaba en mi contra.
Cuando llegué a la adolescencia, conocí la noche, los boliches, el cigarrillo, el alcohol y la marihuana.
Cada vez que salía, necesitaba emborracharme porque sino me aburría. El peor momento fue cuando me iba mal en el colegio y estaba tan triste que ni siquiera me podía mirar al espejo. Sentía que mi papá no me quería y mi mamá me recriminaba que era gorda, yo me veía fea e inservible.
Iba a la Universal por ella, me gustaba, pero hacía lo que quería. Me la pasaba mirando películas, series, leía muchos libros solo para encontrar un momento de paz. Estaba atormentada con la idea de quitarme la vida, lloraba todas las noches.
Reconocí que necesitaba un cambio cuando vi lo feliz que era mi hermano estando en la Iglesia.
Mi primera oración sincera fue que quería tener el amor que yo no sentía de parte de mi papá.
Decidí participar del Ayuno de Daniel porque quería acercarme más a Dios. Cada Ayuno es una oportunidad para poder escucharlo. Son días en los que uno se purifica.
En el Ayuno de Daniel aprendí a ver la espiritualidad en las cosas de Dios. Me ayudó a ser una mejor persona y a representarlo en este mundo a través de mi carácter. Antes tenía que aparentar la alegría, ahora dentro mío hay felicidad verdadera, no me da vergüenza decir que soy de Dios”.