¿Quién no se pondría feliz al saber que una persona que vivía en la miseria prosperó a causa de su fe?
Recuerdo una historia verídica, que sucedió en Sudáfrica, en 2002, cuando un hombre fue evangelizado para que participara de una reunión especial y allí aprendió a conquistar por medio de la fe.
Él y su esposa empezaron a concurrir con frecuencia a las reuniones de fe, hasta que un día él tuvo una idea. Ya vendía papas en la calle para poder sobrevivir, y decidió ofrecerle su producto a una red de supermercados, y su propuesta fue aceptada.
De vendedor ambulante a distribuidor. Él prosperó y, en poco tiempo, con la ganancia, compró una camioneta y una buena casa para vivir.
Aunque alcanzó éxito en lo económico, no sucedió lo mismo en su vida espiritual, tampoco en su matrimonio. La esposa comenzó a tener un amante, hasta el día en el que él la descubrió y se la llevó al pastor de la iglesia para pedir ayuda.
Delante del pastor, el marido prometió que, si ella no dejaba de traicionarlo, la mataría. El pastor, inmediatamente, le remarcó la importancia de que invirtiera en su vida con Dios, para vencer el problema en el matrimonio y su conducta impetuosa.
Después de algunas semanas, el marido fue a hacer una de las entregas en uno de los supermercados, y un amigo, al saludarlo, le dijo que había visto a su esposa entrando en una determinada casa: la casa del amante. El marido entró en la residencia y vio a su esposa con el amante en la cama. Mató a la esposa, al amante, y después se mató.
Queda aquí una alerta para todos los que luchan exclusivamente por las bendiciones materiales y no invierten en una vida plena con Dios. Quien actúa así, puede incluso salir de la miseria a la prosperidad, pero no siempre gozará de una vida plena, si no prioriza al Espíritu Santo.
Querido lector, no hay nada de malo en invertir en todas las formas de prosperidad, pero la sabiduría y el entendimiento para establecer sus conquistas terrenas y garantizar la Salvación viene solamente cuando usted conquista el Bien Mayor: ¡el Espíritu Santo!
Colaboró: Obispo Marcelo Pires