En una noche oscura, decía la leyenda, y también el sentido común, en que cuando oscurecía
nadie más podía salir de casa. Esa historia no ocurrió en una ciudad urbana, sino en una antigua villa localizada en el interior de Irlanda.
Como se sabe, ese país es ceniciento. Los cielos esbozan las suaves nubes espesas y siempre cargadas, y el sol, siempre está escondido, parece que nunca aparecerá. En esa villa, las casas eran de maderas rústicas y muy parecidas: una puerta en el medio y dos ventanas laterales. En el frente, un cerquito demarcaba las propiedades. Algunas mujeres le daban un toque especial plantando pequeñas huertas, jardines y césped. Era un detalle colorido para disipar la atmósfera cenicienta.
Pero a la noche, ¡Ah, a la noche! No había forma de salir sin una lamparita. Y debía ser de buena calidad, con bastante kerosene, para que el fuego no se apague cuando más se lo necesitaba.
Además del frío, los moradores todavía tenían que convivir con los vientos nocturnos. Como no había edificios, ellos llegaban directamente a sus oídos, dando susurros que daban escalofríos.
– Buhhhh…Buhhhh…
Quien no estaba acostumbrado a salir de noche y se aventuraba a hacer alguna cosa afuera, se asustaba con el sonido del viento.
Se cuenta que por allá un ser salía a los caminos buscando comida. Algunos decían que era un lobizón, otros una fiera desconocida, o aún más, algún ser de otro planeta. Cuando surgía una cabra, becerro u oveja muerta, entonces, las sospechas recaían sobre esa criatura jamás vista.
Pero esa noche, rechazando lo dicho por sus padres y abuelos, Belle decidió buscar miel en casa de una vecina. El padre, intentó, pero no consiguió impedir que ella fuera a buscar el alimento para endulzar la infusión para su abuelo, que estaba enfermo hacía muchos días. A causa del viento, se cubría la cabeza con un echarpe grande de terciopelo, apretándolo firmemente en su cuello con una de sus manos. Con la otra, aseguraba la lamparita, sin embargo, el viento era demasiado fuerte y verdaderamente tenebroso.
Belle salió cuando todos se encontraban en sus casas. La noche era muy oscura y era imposible divisar el frente sin la ayuda de un rayo fijo de luz.
La chica apuró el paso, pero no podía caminar más rápido por la fuerte acción del viento. Ella era lanzada a un lado y otro y, con la esperanza de equilibrarse para no caer, intentaba agarrarse a cualquier cosa, pero siempre en vano. Era como si estuviese enfrentando un vendaval solita.
Los árboles, sin siquiera verlos, se balanceaban enloquecidos y los gajos secos se desprendían de las alturas, volviéndose un peligro más a ser enfrentado. Cuando andaba, Belle pisaba las hojas húmedas que la hacían resbalarse.
“¿Por qué tanto sacrificio?, ella pensaba, como si una culpa quisiese instalarse en su mente. Al mismo tiempo, se acordaba del abuelo, debilitado en la cama de paja, a la espera de la infusión que podría restablecerlo.
Ella había terminado de expulsar el pensamiento, cuando, de repente, un viento le apagó el fuego de la lamparita. ¡Todo se oscureció! Belle no veía nada, apenas oía el ensordecedor barullo de tanto miedo.
Los árboles, el viento, las hojas, los gajos, ¿y el bicho? Belle se atormentaba por dentro, y su corazón, latiendo rápido dictaba el ritmo de su respiración. Las venas le saltaban, tenía ojos bien abiertos, y la voz no le salía ¡Qué contradicción! El terrible miedo de morir.
Los vecinos desde sus casas intentaban espiar a la joven que se debatía intentando mover un dedo al menos. Estaban asustados, temiendo lo peor.
Belle, completamente inmóvil, intentaba mover la cabeza para saber por donde ir. “¿Volver a casa?”, se decía a sí misma. ¿Cómo saber cuál es el camino de regreso? ¿Y si en lugar de ir para casa fuese al bosque? ¿Cómo saldría de allá? Entonces pensó en seguir adelante. Y por más que la noche estaba negra como el carbón, dio sucesivos pasos lentos y dudosos.
Uno después del otro, uno después del otro.
Belle ya se sentía más segura. Hasta el rugido del viento parecía no tener sentido. No eran nada, era como si no estuviesen ahí. Ni el miedo de que la supuesta criatura estuviera allí le traía alguna sensación mala.
Fue cuando, en el último paso que dio, se encontró frente a la puerta de casa de su vecina. A esas alturas, todos estaban admirados. El viento paró y el frío también. La oscuridad todavía estaba ahí, pero Belle conseguía moverse como si no estuviese. La vecina le dio la miel y la miraba espantada. No solo la vecina, sino todos los vecinos abrían sus puertas para contemplar a la joven, mirándola estupefactos de admiración y, al mismo tiempo, de pavor.
Belle no entendía nada, pero imaginaba que los moradores, inclusive sus padres, estaban así porque ella había tenido el coraje de salir de aquella noche oscura, cuando nadie lo haría.
– ¿Puede encender mi lamparita también? El viento la apagó.
La vecina se quedó callada…atónita…
– ¿Me está escuchando? ¿Puede encender mi lamparita también? El viento la apagó.
Y nada.
Después del tercer intento, la mujer decidió hablar:
– ¿Para qué quiere fuego si a tu alrededor hay una luz tan fuerte que ningún viento la puede apagar?
Para reflexionar
Es inevitable que pasemos por situaciones oscuras y hasta tenebrosas a lo largo de nuestra vida. Pero, tenga certeza de que usted está, de hecho en la Luz, por más que los fuertes vientos intenten lanzarla al suelo, nada será capaz de derribarla e impedir que llegue donde quiere.
Por más que usted no vea, la Luz de Dios ilumina a sus caminos y orienta sus pasos.