Una oveja huye de su abrigo. En verdad, sin querer, se extravió. Fue andando por lugares distantes a su pastor. Entra por una vía, sale por la otra. Quería encontrarse; quería ser hallada, pero estaba terriblemente perdida.
La noche cae y ella no logra escapar de la oscuridad. Mira a su alrededor y no ve a nadie. Está como si fuera ciega. Camina temblando y aterrada por pastos peligrosos. Existen predadores y zorros al acecho. Falta poco para que ataquen, pero la oveja invade un cerco entre abierto. Fugitiva y aparentemente segura, reposa cerca a un establo y se queda allí hasta el amanecer. Pero ella continúa temblando mucho. Siente un viento frío como si le cortara el rosto. Ella se encoge, da vueltas, intenta olvidar pero es en vano.
Al otro día, de repente, aparece un hombre frente a ella. Ella se muestra feliz: “¡Alguien me encontró!” Pobre ovejita, de tan inocente que es, no se da cuenta de la maldad que están a punto de hacer. Si supiera dónde será llevada, intentaría escaparse otra vez.
Pero el hombre la atrapa, la ata y la toma por las patas. Ella está inmóvil, rendida, presa. Y al no tener ningún mecanismo de defensa, está completamente desprotegida.
La ovejita es trasladada lentamente. Y el hombre se ríe cada vez que ella gime. Él la toma con fuerza y la levanta por el aire. Juega con ella, con la situación. La suelta y le es indiferente. Ella llora, pero sus lágrimas no pueden verse. Solloza, pero ni siquiera puede ser oída.
Horas después, él aparece nuevamente. Y a pesar del frío cortante, esquila a la ovejita por el valor de su lana. Ella tiembla y está casi desmayada. En seguida, la pone sobre una piedra. Allí el extiende una cuchilla y se prepara para matarla.
Pero su pastor la llama por el nombre. La ovejita brama. Él aparece rápidamente y la salva para siempre.
Para reflexionar
Piense en esa ovejita como si fuéramos usted y yo. La Biblia nos pone en la posición de ovejas, porque al igual que ellas, somos sensibles y vulnerables al mal. A veces nos perdemos y andamos por caminos distantes y desconocidos, pero nuestro Pastor siempre está llamándonos por nuestro nombre.
¿Cuántas veces pasamos por situaciones límites y de total desamparo? ¿Cuántas veces usted sintió ganas de salir por las calles como un loco, sin destino? Mientras tanto, como con las ovejas, Dios también ha tenido el cuidado de celar por nosotros.
“…Porque así ha dicho Dios, el Señor: Yo, Yo mismo, iré a buscar a Mis ovejas, y las reconoceré. Como reconoce su rebaño el pastor el día que está en medio de sus ovejas esparcidas, así reconoceré Yo a Mis ovejas y las libraré de todos los lugares en que fueron esparcidas el día del nublado y de la oscuridad (…) Yo apacentaré Mis ovejas y les daré aprisco, dice Dios, el Señor. Yo buscaré a la perdida y haré volver al redil a la descarriada, vendaré la perniquebrada y fortaleceré a la débil…” Ezequiel 34:11-12;15-16