La apariencia no es de las mejores. Quien lo ve, enseguida mantiene distancia. Una gran barba, ropa sucia, se trata de un típico hombre de la calle. Pero ¿quién podría imaginar que por detrás de un aspecto del cual muchos tendrían náuseas y miedo hay un corazón inmenso?
Pasos lentos, una mirada profunda, que trae las marcas dejadas por la vida. De una edad ya avanzada, 98 años de existencia. El abuelo Dobri, apodo dado cariñosamente, vive en las calles de la aldea Belovo, ubicado en Bulgaria.
Todos los días despierta bien temprano y, como un típico gimnasta, camina cerca de 10 quilómetros, hasta llegar a la capital del país, Sofía. Con un baso en las manos no duda en comenzar su trayectoria de todos los días pidiendo limosnas a la gente.
Una monedita aquí, otra allí, y después comienza a repartir simpatía y sonrisas. Pero quien piensa que todo el dinero recaudado es para comprar un pedazo de pan o algo de ropa está equivocado.
El abuelo Dobri, guarda todo el dinero que recibe para ayudar a otras personas que viven en la calle. ¡Qué ejemplo! El simpático señor ya donó cerca de $ 37 mil dólares para una iglesia en Sofía y también hizo donaciones para orfanatos y para a las personas más pobres. Él se siente muy feliz al poder ayudar a los demás.
De quien menos se espera viene el amor. De alguien en quien menos se cree viene la esperanza. Ayudar al prójimo sin pedir nada a cambio.
“… ¿Cuál es el primer mandamiento de todos?… amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos.” Marcos 12:28-31
Aun sin tener condiciones, el abuelo Dobri cumple los Mandamientos de Dios, pues solamente quien ama al Altísimo siente el placer de ayudar a su prójimo.
¿Y usted?
¿Qué ha hecho para ayudar a aquel que está a su lado? Si estuviera en la misma condición de ese abuelo, usted, ¿tendría el coraje de compartir con los demás aquello que recibió? Pare y piense. No es necesario tener condiciones económicas para hablar del amor de Dios e incluso dar un poco de sí a sus compañeros. Basta solo seguir los Mandamientos de Dios.