¿Usted sabe cuál es el secreto para perder peso? Seguramente ya debe haber oído hablar sobre la importancia de ingerir menos calorías y aumentar el gasto energético. Pero, por cualquier motivo, algunos ignoran la matemática y prefieren tentar a la suerte. Entonces, corren al kiosco más cercano y comprar esa revista con consejos de “cómo perder 7 kilos en una semana sin pasar hambre”. De regalo, reciben ese “shake” de moda. El milagro es barato, la causa es noble, el resultado es prácticamente gratis. Lo gracioso es que nadie quiere renunciar al santo postre después del almuerzo. “Fue solo el fin de semana”, “mi metabolismo es lento”, “lo compenso con caminata” son algunos motivos apuntados, pero no faltan otros para justificar el fiasco estampado en la balanza y el fracaso en la dieta.
Pero la lista de lamentos también marca presencia en otras áreas de la vida. ¿Cuántas relaciones terminan con la célebre frase “no estoy preparada para una relación seria”? ¿Acaso la persona no podría haber llegado antes a la brillante conclusión? Una más: “nací sin suerte.” Es increíble cómo algunas personas prefieren echarle la culpa a las casualidades. Esperan que el milagro caiga del cielo mientras están al sol, acostadas en una hamaca. Y, finalmente, la conocida frase “no me gusta mi trabajo, no aguanto más los reclamos de mi jefe”. Convengamos, algunos seres humanos son seres difíciles de lidiar, pero ¿cuántos no usan esa excusa para encarnar al “cuerpo débil” en el trabajo?
No es de admirarse la adhesión de este estilo de vida hacia Dios también, tanto dentro de la iglesia como fuera de ella. La excusa habitual es “no tengo tiempo”. Lo interesante es que siempre consiguen tiempo para probar el mejor ángulo para esa selfie que irá a parar al Facebook y para ver el video exitoso en YouTube.
¿Usted tiene una excusa lista para todo?
Conversamos con el obispo Sidnei Marques, actualmente responsable por el trabajo de la Universal en Brasília. Él refuerza que existen muchos factores que contribuyen para el alejamiento del hombre de Dios. “Cada día surge algo nuevo, la tecnología evoluciona a una velocidad increíble y, con ella, viene el sueño de consumo y el deseo de disfrutar esas novedades que aparecen a cada instante. Eso ha llevado al ser humano a dedicar su tiempo al trabajo y al ascenso económico”. Pero alerta que otra prioridad debe ser tenida en cuenta. “Cuando se habla de buscar a Dios es para apreciar el bien más precioso que existe, que es su Salvación. Por esto tenemos que tomar eso en serio”, argumenta.
Por otra parte, Edna Alexandre, de 30 años, cuenta que, a pesar de frecuentar la iglesia, se excusaba para esquivar un compromiso definitivo con Dios. ¿El motivo? “Tenía mucha vergüenza de lo que las personas pensarían a mi respecto. No era falta de tiempo, no había buenas justificaciones. Quien me impedía era yo misma. La verdad es que simplemente no quería dejar la vida incorrecta. Hoy veo que Dios siempre me extendió la mano, pero, durante varias veces, lo rechacé. Cuando conseguí entregarme a Dios por completo, algo dentro de mí cambió”, relata. ¿Y cuántos no están en la misma condición? Piensan que son demasiado jóvenes para entregarse a Dios y prefieren vivir locamente su juventud. Asimismo, otros piensan que “ninguna religión sirve” y utilizan ese argumento para apartarse.
El obispo Sidnei también observa que el ser humano trae consigo la cultura de dar excusas. “Eso sucede cuando el niño no se saca una buena nota, si el matrimonio no está funcionando, si no es exitoso en la vida profesional, siempre hay una justificación”, declara. Y detalla las consecuencias de esa pésima rutina: “la persona se imposibilita de reparar sus errores, cambiar su conducta ética, moral y espiritual. Por eso, hay malos profesionales, malos cónyuges y consecuentemente personas infelices y fracasadas en diversos aspectos. Incluso existe otra cuestión relevante que involucra la pérdida de la credibilidad, pues, con las consecutivas excusas, la persona termina perjudicándose y perdiendo las oportunidades de volverse realizada.”
No es difícil entender que ese hábito establece un vicio y, como todos ellos, las consecuencias no son positivas. Tal vez sea un mecanismo de defensa que, en medio de tantos pretextos y motivos, le impida a usted reconocer errores y culpas, y lo salve de su propio orgullo. Entonces, sea realista. Comience abandonando las excusas y cambie su manera de encarar los problemas, de hablar y de actuar. Cree el hábito de estar por encima de tantas razones y reclamos. Después de todo, la mejor manera de vencer un hábito malo es superarlo con otro mejor.
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