No se trata de religión, de iglesia ni de doctrina evangélica. El Espíritu Santo es la herencia dejada por Jesús para los que creen en Él de verdad.
Solo creen los que obedecen Su Palabra.
La muerte ha obligado al fallecido a dejarle a sus herederos bienes o deudas, bendiciones o maldiciones. Jesús murió, resucitó y ascendió al Trono Eterno de Su Reino. Por lo tanto, no solo les dejó a los herederos la Bendición de las bendiciones, Su Espíritu, sino que también tiene la autoridad para garantizar que Su Herencia llegue a cada uno de los Suyos.
Por eso prometió no dejarnos huérfanos, pobres, miserables y sujetos a los favores de los demás. ¡No, mil veces no!
“No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros.”, (Juan 14:18).
Sabemos que Él volverá para buscar a Su Iglesia. Pero la promesa aquí comenzó a cumplirse cincuenta días después de Su resurrección, es decir, el día de Pentecostés.
A partir de ese día memorable, el Espíritu Santo asumió personalmente la dirección de Su Iglesia en este mundo. Su unción es derramada individualmente sobre los obedientes a Su Hijo Jesús.
Los rebeldes, orgullosos, pedantes, desobedientes y tercos se quedan afuera. Ellos tienen incluso el derecho de ver la acción del Espíritu en la vida de los demás, pero, continúan afuera…
Extraído de obispomacedo.com
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