El acoso callejero del que son víctimas las mujeres ha sido protagonista de innumerables notas en diferentes sitios de noticias. Pero, pese a todo lo que se ha hablado sobre esta cuestión, la lucha de las mujeres es a diario contra este tipo de prácticas que no se detienen.
Más de 100 casos de acoso callejero son denunciados mensualmente en Capital Federal y la provincia de Buenos Aires, lo que pone al descubierto una práctica social grave que una ONG especialista en esta temática alerta, va en aumento.
Piropos subidos de tono, manoseos y agresiones verbales contra las mujeres son algunas de las causas que originan los 100 expedientes que todos los meses se tramitan en los juzgados de Capital Federal y las provincia por hostigamiento por razones de género.
De acuerdo a una investigación de la ONG “Bullying Sin Fronteras”, cada día llegan a los tribunales porteños y de la provincia de Buenos Aires cuatro causas penales por bullying de género o hostigamiento por razones de género lo que expone una grave problema social, según publico el Diario Popular la semana pasada.
“En general las mujeres se asustan o se sienten intimidades por el comportamiento agresivo de algunos hombres que trabajan en obras en construcción o en la calle, en la reparación de servicios de gas, luz, agua, teléfono, trapitos, manteros, feriantes de las numerosas ferias en la ciudad y el conurbano, taxistas y colectiveros”, enumeró Javier Miglino, titular de la entidad.
Un caso que salió a la luz es el de una joven de 20 años, Aixa Rizzo, del barrio de Caballito que se cansó del acoso callejero y decidió defenderse usando gas pimienta. Luego realizó una denuncia formal en una fiscalía y subió un video a YouTube.
“Desde que empezó la obra, como tiene la costumbre la gente que trabaja en la calle, me gritan todo tipo de groserías, y eso me pone bastante incomoda. En una oportunidad les pedí que lo dejen de hacer y funcionó, por solo un día”, explicó la joven en el video que subió.
A continuación relató un episodio que a muchas mujeres les ha pasado y por miedo o por otros factores no hacen la denuncia, en cambio esta joven se animó y lo contó. “Hoy no sé qué pasó, tengo miedo de pensar que es porque sabían que no había nadie más en mi casa, ya que como están hace bastante tiempo saben a la hora que voy, a la hora que vengo y con quienes vivo. Entre mi casa y la vereda hay una reja, entonces salí y me quedé en el hall, cuando estaba por abrir la reja apareció uno de estos hombres que trabaja en la obra y empezó a decirme todo tipo de guarangadas.
Esperé que se fuera, y se fue para la derecha y yo por suerte me tenía que ir para el otro lado. Cuando abro la reja para salir, este señor empieza a caminar atrás de mí y le grita a un compañero que estaba en la otra esquina, a la cual yo tenía que llegar: ‘hay que llevar este caño para allá’. A lo que el otro le contesta ‘¿y a esta adónde la llevamos?’”, relató la mujer.
A continuación, agregó: “Veo que el hombre que dice ‘adonde la llevamos’ empieza a caminar hacía mí con otras tres personas atrás, mientras que el que caminaba atrás de mí ya casi me alcanzaba. Me quedé parada y cuando estaban cerca les tiré gas pimienta, que ya tenía preparado, porque sabía que algo podía pasar”.
El episodio terminó con los hombres insultándola y ella denunciándolos en la fiscalía de turno: “Empezaron a insultarme diciéndo que no era para tanto y que era una loca… Entonces, tomé el primer taxi que vi y me fui. Quise hacer la denuncia, por supuesto, al principio no me la quisieron tomar, después por suerte la fiscalía me la tomó. Al principio hablé con un hombre que me decía: ‘bueno por un piropo no podés hacer una denuncia’, hasta que me preguntó qué me dijeron. Cuando le conté lo que me venían diciendo, se sensibilizó y me tomó la denuncia”.
Luego de eso, Aixa recibió una custodia de parte de la Policía Metropolitana, pero el acoso continúa: “Pusieron una custodia de la Policía Metropolitana, pero lamentablemente su superior le dijo a mi mamá que la próxima no me defendiera porque si me defendía me podían acusar de lesiones. Ahora hay una custodia en la puerta de mi casa y los señores están cantando “si organizamos todo tenemos relaciones todos”.
El tema muchas veces es minimizado bajo el eufemismo “seducción espontánea”, y no es un problema solamente en la Argentina. En octubre del año pasado, una chica subió a YouTube un video resumiendo diez horas de caminata por Nueva York y mostrando la cantidad de comentarios de desconocidos que trabajan en calle y de peatones respecto a su apariencia física que muchas veces sobrepasaron el límite.
¿Alguna vez le han robado? ¿Ha notado que luego de un robo evita pasar por ese lugar y, en general, se siente menos segura que antes al desplazarse por la ciudad? También empieza a ver a la gente como potenciales ladrones, desconfía más. Su vínculo con su ciudad y sus vecinos se debilita.
Lo mismo sucede con las mujeres que han tenido experiencias negativa en la calle, como escuchar constantemente lenguaje sexual agresivo o hasta haber sido tocadas. Incluso sufrir en el transporte público porque han sido víctimas de este tipo abuso. No solo se sienten mal en ese instante, sino que esto tiene impacto directo en sus vidas a la hora de salir a la calle, pues evitan ciertas zonas o tratan de ir siempre acompañadas.
Si cree que un robo no es equiparable a las experiencias que sufren las mujeres, tiene razón. Para las mujeres, el acosos callejero es mucho peor porque involucra a su cuerpo y genera consecuencias psicológicas serias, no como sucede en el caso de un robo.
Fuente: La Nación
Cambio forzado
El acosador callejero no está autorizado ni es correspondido en su actuación, genera un entorno social hostil con consecuencias negativas para las víctimas. Es un problema social y no de patologías psicológicas individuales.
“Provoca temor, vergüenza, coraje e indignación. También puede provocar sensación de pérdida de control, disminución de autoestima, distorsión en la valoración de las experiencias de acoso, incremento en la inseguridad propia y desconfianza hacia hombres desconocidos en general. Puede llevar a cambiar formas de vestir, lugares por los que transitar, hasta limitar la libertad de salir sola a la calle”, puntualiza la socióioga Cristina Fridman
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