¿Por qué sufrimos tanto? ¿Por qué los problemas que atravesamos hace un tiempo atrás, y los vencimos, vuelven y, a menudo, nos derriban? ¿Por qué el mismo mal ataca a tantas personas?
El rey Salomón constató: “Lo que fue, eso será, y lo que se hizo, eso se hará; no hay nada nuevo bajo el sol.” (Eclesiastés 1:9)
Él dijo más en el versículo 10: “¿Hay algo de que se pueda decir: Mira, esto es nuevo? Ya existía en los siglos que nos precedieron.”
Es como si Dios estuviera diciendo: “No existe ningún problema nuevo allí en la Tierra. Ustedes son los que no dejan de asimilar las experiencias de los demás.”
No hay problemas nuevos. Ellos están siempre repitiéndose. El problema (que tampoco es nuevo) es que creemos que con nosotros va a ser diferente. Pero si no actuamos con sabiduría, el fin es siempre el mismo. Luego viene el lamento: “¿Por qué el Señor dejó que eso me sucediera a mí?”
Dios debe mirar desde allá arriba pensando: “¿Yo? ¿Cuántas personas he puesto en tu camino para aconsejarte? Personas que vivieron situaciones similares o que han visto a otras vivir lo mismo que tú, pero a ti no te importó. Has pensado que los demás estaban equivocados, pero que contigo era diferente.”
Mire a su alrededor
Observe cuántos ejemplos tiene. Cuando alguien, en la mejor de las intenciones, comparte con usted experiencias personales, aconsejándole que no sea presuntuoso, sea prudente, siga aquel viejo dicho: “Cuando veas las barbas de tu vecino quemar, pon las tuyas a remojar”
¿Esto evita que los problemas vengan sobre nosotros? No. Pero reducen drásticamente los impactos negativos de ellos en nuestras vidas.
Con la proximidad del regreso de nuestro Señor Jesús y el enfriamiento del amor de muchos (lea Mateo 24:12), nunca los corazones estuvieron tan endurecidos.
¿Sabe qué es lo que sucede cuando usted comienza a cerrarse a los consejos? Llegará el momento en el que las personas comenzarán a tener recelo de advertirle, reprenderle, y, sin darse cuenta, a causa de su rigidez, usted levantará muros alrededor de sí mismo, estará aislado y, consecuentemente, más vulnerable a las embestidas del mal. Esto no es nada más que una de las estrategias, nada nueva, de Satanás.
Permanezca alerta. Obsérvese. Vea si su forma de reaccionar a las reprensiones y consejos no está inhibiendo a las personas a que le ayuden.
“El hombre que después de mucha reprensión endurece la cerviz, de repente será quebrantado sin remedio.” (Proverbios 29:1)
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