“Jesús le dijo: Yo soy la Resurrección y la Vida; el que cree en Mí, aunque muera, vivirá…”. Juan 11:25
¡Qué afirmación liberadora, gloriosa! Él, que no hace acepción de personas, que no vino para condenar, sino para perdonar, restaurar y salvar, dijo: YO SOY LA RESURRECCIÓN. ¿Qué área de su vida está muerta? Si su vida espiritual está muerta, todas las otras áreas de su vida están muertas. Aunque física y exteriormente parezca estar bien, si su vida espiritual no resucitó, si no está viva, significa que no tiene la certeza de la Salvación, no recibió el bautismo con el Espíritu Santo, que es lo que Jesús les prometió a todos los que se hacen hijos de Él.
“… Me seréis testigos…”. Hechos 1:8
Mucho más que dar testimonio, Él quiere que seamos Sus testigos, que Lo conozcamos personalmente a través del bautismo con el Espíritu Santo, que es Su Poder dentro de nosotros.
El Espíritu Santo no es opcional, no es un bienestar, un buen pensamiento o una buena idea, es el propio Dios dentro de nosotros, el propio Espíritu del Creador que da la vida, la dirección, la paz y la certeza de la Salvación. Por eso, la persona que no le teme a la muerte, a los problemas y a las persecuciones no se deja vencer por las críticas, las fake news o las malas noticias. Jesús es la resurrección y la vida, quien Lo tiene también está resucitado, está muerto para el pasado y vivo para Dios.
Para resucitar, la persona debe estar muerta. Cuando alguien muere para sí mismo, para su pasado, sus complejos, sus manías, sus errores, su egoísmo, su materialismo, su religiosidad o su incredulidad, cuando decide morir para la vida vieja bautizándose en las aguas y arrepintiéndose sinceramente, el Señor Jesús lo resucita por medio del Espíritu Santo.
Entonces, no mide esfuerzos, va al Altar y Le dice: “Heme aquí”, y no se detiene ahí, sino que sube al Altar demostrándolo con actitudes, abandonando el pecado, las amistades que lo llevaban a los errores, la promiscuidad, las adicciones, la prostitución, la fornicación, el veneno de alimentar odio, el rencor y el deseo de la venganza. La persona lo demuestra con actitudes y no con palabras. Dios no le pide el sacrificio porque lo necesita, sino para que materialice la obediencia, la entrega, la confianza incondicional, que no se puede demostrar con palabras, sino por medio del sacrificio voluntario.
Cuando Dios le pidió a Abraham su único hijo, ¿qué era lo más importante de Abraham para Dios? La obediencia, que no se materializa con palabras, sino con decisiones, actitudes y prioridades. La prueba es que lo que Abraham ya Le había ofrecido a Dios en otras ocasiones, levantando siempre un Altar donde llegaba y sacrificando allí, nunca lo había empobrecido, disminuido o debilitado, sino que lo había fortalecido y bendecido aún más, y él se había transformado en amigo de Dios.
Llega un momento en nuestras vidas, después de que pasamos por muchas cosas interna y externamente, que Dios nos prueba, está escrito que Dios probó a Abraham después de muchas cosas:
“Aconteció que después de estas cosas, Dios probó a Abraham, y le dijo: ¡Abraham! Y él respondió: Heme aquí”. Génesis 22:1
Dios nos prueba para que materialicemos nuestra obediencia incondicional, nuestra confianza incondicional. Entre Isaac y la obediencia, ¿qué tenía más valor para Dios? La obediencia, obviamente. Pero no se trata de palabras vacías, Dios no escucha palabras vacías, sino acompañadas de acciones, de actitudes, porque la fe sin obras es muerta.
Dios ya sabía todo acerca de Abraham, incluso lo que sucedería, como lo sabe acerca de nosotros, pero aun así Él nos pide el sacrificio, que es la entrega. El sacrificio material, el sacrificio que hacemos al abandonar el pecado, la vieja vida, los temores, los planes, el egoísmo; y todo eso se prueba con actitudes.
Cuando usted toca el Altar y dice: “Heme aquí”, tiene que tomar actitudes que prueben que realmente Le teme incondicionalmente, independientemente de lo que siente y de las circunstancias, de lo que digan, de lo que suceda. Usted confía integralmente, totalmente, 100 %, y eso lo demuestra con actitudes. Por eso Jesús dice:
“… el que cree en Mí —el que se entrega, no es dar crédito, sino creer— aunque muera, vivirá…”.
Cuando llegó al pie del monte Moriah, Abraham les dijo a sus mozos:
“Quedaos aquí con el asno; yo y el muchacho iremos hasta allá, adoraremos y volveremos a vosotros”. Génesis 22:5
¿Abraham mintió? No. Él sacrificaría a su hijo, pero creía que, aunque lo sacrificara de la cabeza a los pies y lo redujera a cenizas, Dios era capaz de resucitarlo de esas cenizas.
Hoy las personas dicen creer, pero no lo hacen incondicionalmente, y buscan explicaciones cuando Jesús dice que quien crea en Él “aunque muera, vivirá”. Si la persona se entrega por completo, Dios no Se queda indiferente. Hay quienes se entregan por porcentaje, pero, cuando se entregan 100 % es diferente. Dios puede hacer todo si usted se entrega totalmente, si su sacrificio Lo adora, si no murmura ni muestra religiosidad o egoísmo, si no falta nada por sacrificar.
Su sacrificio y su entrega deben decirle a Dios: “Es mi todo por Tu TODO”. ¿Y qué es el TODO de Dios? ¿Es sanidad, prosperidad, familia, matrimonio, salud? No. El TODO de Dios es el Espíritu Santo.
El sacrificio alaba a Dios cuando es acompañado de entrega, de confianza, de abandono del pecado, de la vieja vida, de los traumas, de los complejos, del miedo y de las prioridades que no agradaban a Dios, sino a nosotros mismos.
“Tomó Abraham la leña del holocausto y la puso sobre Isaac su hijo, y tomó en su mano el fuego y el cuchillo. Y los dos iban juntos”. Génesis 22:6
Sobre nuestro sacrificio tenemos que poner la leña, que es nuestra oración, nuestro ayuno, nuestra meditación, venir a la iglesia con más frecuencia, para atar aquí en la Tierra lo que queremos que sea atado en el Cielo. Eso tiene que ser añadido a nuestro sacrificio.
Abraham tomó en su mano el fuego, que representaba al Espíritu Santo, la dirección que Dios da; el cuchillo, que representa la fe; y la cuerda, que es la decisión de ir hasta el fin y honrar la palabra empeñada a Dios.
El Espíritu Santo revela que la Palabra de Dios es más afilada que una espada de dos filos. Agarre el cuchillo y comience a cortar todo lo que no proviene de Dios, como la ansiedad, el malestar, la preocupación, la irritación y el miedo. Esta fe inteligente, bíblica, es la que hace que usted y el sacrificio vayan juntos. Cuando queremos la resurrección y la vida, vamos junto con el sacrificio.
Lo que nos hace andar siempre en dirección al Altar, a Dios, lo que nos hace ascender y no descender espiritualmente, es el sacrificio, es estar siempre junto a nuestro sacrificio.
Vea lo que dice en Hechos, el primer libro después del Evangelio de Juan:
“… pero recibiréis Poder cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros; y Me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra”. Hechos 1:8
Ellos ya caminaban con Jesús desde hacía tres años y medio, pero, cuando Jesús murió, resucitó y ascendió a los Cielos, se pusieron tristes porque Él iba al Padre. Entonces, Jesús les dijo que no se pusieran tristes, que se alegraran, porque Se iba para que el Espíritu Santo descendiera y habitara en el interior de ellos.
El Espíritu, que había resucitado a Jesús de entre los muertos por Su creencia y obediencia al Padre, también habitaría en ellos.