El día 6 de febrero viví una de las mayores experiencias de mi ministerio. Después de tantos rescates realizados, sucedió el rescate del “capitán Corrêa”, mi hermano. El alma de él, que era capitán del Ejército, fue disputada hasta los últimos minutos de su vida. Espiritista desde hacía 45 años, fue atacado por un cáncer que lo llevó a la muerte. En esa experiencia, pude ver cumplirse una vez más lo que nuestro Señor dijo:
“Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo…” Hechos 1:8
Cuando somos bautizados con el Espíritu Santo, recibimos autoridad contra todo el infierno junto. Muchos no tienen idea del “poder” que poseen cuando reciben el Espíritu de Dios.
Cuando recibí la noticia cinco días antes de su muerte, de que su cuadro clínico había empeorado y que ya estaba cerca de partir, dije con esta autoridad: “¡Él no va a morirse sin que yo llegue allá!”
Él ya no tenía un riñón, la vejiga y la próstata. Su estado caminaba a grandes pasos hacia el fin. Los demonios rodeaban su lecho haciendo fiesta y ansiosos de que llegase el momento. Él había recibido innumerables visitas de mis compañeros de fe, incluyendo a obispos, pastores, obreros/as y evangelistas, a quienes les agradezco mucho por todo el cariño y la dedicación brindados a mi hermano. Pero destaco a la sargento Jaqueline, obrera que trabaja en el Hospital del Ejército, quien cuidó esta alma siguiendo nuestras orientaciones espirituales junto a él hasta su último suspiro, y que en los momentos fuera del horario de visita siempre le hablaba de Jesús y oraba cada vez que él se lo pedía, en sus momentos de angustia y dolor.
Hasta que llegó el momento en el que el Espíritu Santo me tocó y dijo que yo tenía que ir a Rio para rescatarlo, pues ya era el fin, y su alma estaba rodeada de espíritus inmundos como buitres en la carroña. Le pedí autorización a mi líder y partí al rescate en la misma fe de Abraham cuando fue a rescatar a su sobrino Lot.
Llegué al hospital con los 318 ángeles más poderosos que Dios había enviado para que fueran conmigo. Mandé que saliera de la habitación quien estuviera allá, pues no entenderían lo que yo iba a hacer – ciertamente me llamarían loco o fanático.
Se trataba de una operación RESCATE.
Cuando entré con mi hijo y mi esposa a la habitación, no hablé con él, pues a pesar de estar consciente, no podía responder nada más. Tenía los ojos cerrados y levemente temblorosos, casi imperceptibles, pero me oía. Con los brazos levantados dirigidos hacia las paredes y rincones de la habitación, me presenté con voz firme y envuelto de una AUTORIDAD que me fue dada al recibir el Espíritu Santo. Dije:
“¡APÁRTENSE, APÁRTENSE, APÁRTENSE, VAMOS, RÁPIDO! SUELTEN EL ALMA DE ÉL, AHORA, ¡VAMOS! ¡PERDISTE, PERDISTE, PERDISTE! LLEGUÉ CON LOS 318, ¡SUELTA, SUELTA, SUELTA! ¡JESÚS, RODEA EL ALMA DE ÉL AHORA CON LOS ÁNGELES! VAMOS, DEMONIOS, ¡NO SE VAN A LLEVAR ESTA ALMA!”
En Espíritu me podía imaginar a los demonios apartándose con mucho odio, pero viviendo la derrota de una batalla por un alma que vivió bajo su dominio durante 45 años. Me sentí haciendo estallar un cautiverio y liberando a un rehén.
Después de varios minutos, entonces sí me volví hacia él y le dije: “Sé que me estás oyendo, soy yo, tu hermano, Sergio. Préstame atención, llegó el fin de tu vida aquí. Tu sufrimiento se va a multiplicar trillones de veces dentro de poco y durante toda la eternidad si no Le das tu vida a Jesús ahora, de hecho y de verdad, porque los demonios están aquí listos para llevar tu alma al infierno. Yo vine de lejos para rescatarte, pero si te entregas a Jesús ahora, dentro de pocos minutos vas a entrar al gozo, a la alegría del cielo. Si quieres a Jesús, entonces, en pensamiento, repite conmigo estas palabras…”
Entonces oré para que él repitiera y después Le dije a Jesús: “Él no puede vivir más con este cuerpo mutilado aquí en este mundo. Ya rescatamos su alma de las garras del diablo, ahora Te pido, llévalo a Tus brazos.”
Pedí que cuando yo terminara la operación rescate y le diera la espalda, Él pudiera llevarlo, como señal de que Él había salvado el alma de mi hermano. Terminé la oración diciendo: “Listo, Jesús, puedes llevarlo.”
Me fui a la iglesia aquí en Rio, y aproximadamente una hora después, él dio su último suspiro y partió hacia los brazos de mi Señor. Un alma más salva y un RESCATE más hecho, EL RESCATE DEL CAPITÁN CORRÊA.
Espero haber ayudado a quien leyó este relato a entender la importancia de recibir el PODER, LA AUTORIDAD de Dios por medio del bautismo en el Espíritu Santo.
Colaboró Obispo Sérgio Correia