“Hijo, tus pecados te son perdonados.”
No fue eso lo que el hombre fue a buscar… Inmediatamente después de aquellas palabras, una ola de susurros sustituye el aire tranquilo que se instalara en aquella casa. Las personas se miraban entre si y no podían creer lo que el Muchacho está diciendo. La mayoría era gente del pueblo y se maravillaban. Algunos se preguntan quién es Él, para perdonar los pecados de alguien. Otros dudan del poder que dicen que posee. En lugar de resolver un problema real, usa Su voz serena para perdonar las fallas que no vio, de alguien que ni siquiera conoce.
Bien, no se puede creer en todo lo que dicen por ahí. Ese Muchacho volvió a Cafarnaúm cercado por un aura angelical. Hay quien defiende que Él es el mayor de los profetas y hay quien dice que, por increíble que parezca, Él es el propio Mesías prometido a David. Pero no hay manera de creer en todo lo que se escucha. Solamente Dios puede perdonar los pecados.
La casa está llena, es difícil entrar. Donde entran 20 hay 40, 50, imposible contarlos. Del lado de afuera, más seguidores fanáticos y curiosos. Todos aglomerándose frente al lugar donde está un tal Jesús. Yo que soy de aquí, logré entrar después de mucho esfuerzo, para entender el porqué de tanto alboroto. Quien haya llegado 10 minutos después que yo, pasará el día del lado de afuera, oyendo un resumen del boca a boca de los espectadores.
Conozco al hombre que descendió por el techo hace años. Como era imposible alcanzar a Jesús por la puerta o por las ventanas, abrió un agujero en la terraza, justo encima de la cabeza del Predicador. Bueno, no lo abrió con sus propias manos. No puede hacer eso. Es paralítico. Vino en búsqueda de la cura.
Sus cuatro amigos no pudieron llegar siquiera a la puerta, entonces subieron al techo y abrieron una abertura en la terraza. Bajaron su cama con cuerdas y la pusieron a los pies de Jesús. Cuando pensé que mostraría realmente Quién es, perdonó pecados, en lugar de curar.
“¿Por qué habla éste así? Blasfemias dice. ¿Quién puede perdonar pecados, sino sólo Dios?”
La voz de los escribas tienen algo de disgusto, algo de sentencia. Son los menos satisfechos por la fama de ese Muchacho, pero, por algún motivo, están ahí, haciendo que la voz – que hasta entonces era tranquila – se levante en un desafío:
“¿Por qué caviláis así en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: Tus pecados te son perdonados, o decirle: Levántate, toma tu lecho y anda?”
Pero es fácil decir que los pecados están perdonados. Pero sólo Uno puede realmente perdonar los pecados.
“Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados…” – giró hacia el paralítico y le dijo – “A ti te digo: Levántate, toma tu lecho, y vete a tu casa.”
Jamás vi algo así. Con la simplicidad de un pájaro que sabe volar, el hombre se levantó, tomó su cama y pasó a mi lado llorando, rumbo a su casa. Soy solo uno de las centenas de personas que caen de rodillas en este momento para alabar a Dios. Soy solo uno de las centenas de personas que descubrieron el verdadero poder de Jesús.
(*) Marcos 2:1-12
[related_posts limit=”10″]