«Pero nosotros todos, con el rostro descubierto, contemplando como en un espejo la gloria del Señor, estamos siendo transformados en la misma imagen de gloria en gloria, como por el Señor, el Espíritu.» 2 Corintios 3:18
Dios no quiere que seamos fingidos ni hipócritas, sin embargo, a los únicos que el Señor Jesús condenó fue a los hipócritas, porque tenían conocimiento de la Palabra, sabían lo que debían hacer, pero no la obedecían, sino que desobedecían deliberadamente. Jesús los llamó «¡razas de víboras!».
Este fue el único grupo de personas que enojó al Señor, a tal punto de agarrar un látigo y volcar las mesas de los comerciantes que se encontraban en el templo, porque hacían de la casa de Dios su negocio. Muchas personas que se encontraban allí hacían largas y bonitas oraciones con la intención de llamar la atención de los demás, pero Jesús dijo que no era por mucho hablar que seríamos escuchados, sino por la sinceridad, sin religiosidad.
Dios mira nuestro interior, y nuestro rostro refleja si hay sinceridad o hipocresía. ¿Sabías que los ojos son el reflejo del alma? Sí, los ojos son el espejo del alma. El Señor Jesús explicó que, si nuestros ojos son malos, todo nuestro cuerpo estaría lleno de tinieblas. Aunque la persona sea elegante, bonita, inteligente, famosa, si sus ojos son malos con los demás, con lo que se trata de Dios, incluso con ella misma, su cuerpo se llena de las fuerzas malignas, de una opresión espiritual.
«Pero nosotros todos, con el rostro descubierto…» 2 Corintios 3:18
Por eso, es importante que todos los que se presenten delante de Dios lo hagan con el rostro descubierto, sin hipocresía, falsedad, manías, excusas, y que asuman lo que realmente son, reconociendo sus pecados, porque, cuando se equivocan y los confiesan a Dios, Él los perdona.
El Señor Jesús vino para Perdonar y Salvar, pero no puede hacerlo con los que cubren su rostro, con los que hacen caridad con el fin de aliviar el peso de su conciencia.
Esta es una de las enseñanzas de la religión tradicional, que dice que, para obtener un beneficio de Dios, es necesario hacer caridades, cuando esta actividad altruista es una obligación del verdadero cristiano.
Por otro lado, la persona religiosa y fingida busca esconderse detrás de lo que hace, de sus títulos, muestra una apariencia de persona justa, correcta, verdadera, sin embargo, cuando está lejos de su cónyuge, de sus hijos, de sus padres, de sus hermanos o de quienes la conocen, desea cosas malignas, además de hacer y decir cosas terribles.
¿Sabías que cuando estás a solas te revelás a vos mismo quién realmente sos?
A través de los pensamientos que alimentás, de las palabras que pronunciás, de las cosas que mirás y de quienes escuchás, cuando estás solo, revelás tu verdadero nivel espiritual, si es bajo, medio o alto.
«Pero nosotros todos, con el rostro descubierto, contemplando como en un espejo la gloria del Señor…» 2 Corintios 3:18
En otras palabras, tenemos que actuar con sinceridad, estar en paz con nosotros mismos, con Dios y con nuestro prójimo, y a través de nuestra vida contemplar la Gloria del Altísimo.
Debemos mirar la Palabra de Dios y verla como un espejo. Solo así podremos autoevaluarnos y saber de qué manera estamos buscando a Dios, sirviéndolo y cómo estamos subiendo a Su Altar, si es porque los demás lo hacen o porque realmente queremos al Espíritu Santo en nosotros para glorificarlo.
Quienes contemplan la Gloria de Dios valoran todo lo que es Espiritual, como la meditación en la Sagrada Biblia, la Santa Cena, la búsqueda del Espíritu Santo y el ayuno de informaciones seculares.
Por otro lado, no faltan en absoluto a las reuniones de domingo por la mañana, de miércoles, a las Vigilias y participan de la Hoguera Santa. En otras palabras, los que contemplan admiran, valoran y cuidan.
«… estamos siendo transformados en la misma imagen de gloria en gloria, como por el Señor, el Espíritu.» 2 Corintios 3:18
Hay que comprender que cuando somos sinceros, hacemos nuestra parte y priorizamos al Espíritu Santo, vamos siendo Transformados, es un proceso, nadie cambia de la noche a la mañana. Podemos mejorar como esposos, hijos, cristianos, siervos de Dios, pero, para eso, somos nosotros los que debemos hacer esa autoevaluación, porque nadie más que nosotros sabemos lo que hay en nuestra mente y en nuestro corazón, ¡solo nosotros sabemos quiénes somos realmente cuando estamos solos! No nos olvidemos de que siempre tendremos cuatro ojos vigilándonos: los de Dios, para probarnos al momento de reconocer nuestros errores, o en la tentación, para ver si recurrimos a Él; y los del diablo, para acusarnos.
Por eso, debemos ser sinceros con Dios porque Él sabe quiénes somos, lo que sentimos, lo que soportamos, lo que deseamos y lo que necesitamos; y también debemos contemplar la Palabra, es decir, aplicarla en nuestras vidas.
¿En qué gloria nos hemos espejado?
Es importante decir que la mayor Gloria de Dios es la de habitar en nuestro interior a través del Espíritu Santo, porque solo así tendremos poder para superar las traiciones, vencer las tentaciones y los malos pensamientos, y poder para no dejarnos dominar por el rencor, por nuestros sentimientos o por la mentira.
Cuando permitimos que Dios nos señale dónde debemos cambiar, somos Transformados y probados para acercarnos al Altar y entregarle lo que nos pide o retener lo que nos pide.
«… como por el Señor, el Espíritu.» 2 Corintios 3:18
El Señor es el que nos enseña e instruye, y el Espíritu Santo es el que nos está Transformando.
No nos resistamos al Espíritu Santo, porque solo con Él tendremos ese poder y una vida Transformada.
Obispo Júlio Freitas