Nada ni nadie es más importante que la fe sobrenatural revelada por el Espíritu de Dios al ser humano. Tan enorme es su importancia que la Biblia no sólo la pone como único puente de comunicación con Dios, sino como única herramienta de Salvación eterna: “Mas el justo por su fe vivirá” (Habacuc 2:4).
Sobre su importancia también está escrito que “mas el justo vivirá por fe; “Mas el justo vivirá por fe; y si retrocediere, no agradará a mi alma” (Hebreos 10:38).
La fe sobrenatural revelada es la dirección del Espíritu Santo en la revelación de Su Hijo Jesucristo. Ningún ángel o ser humano tiene poder o capacidad para revelar a Jesús a las personas porque eso es obra exclusiva del Espíritu Santo.
Y así como Él revela a Su Hijo, también revela la fe como herramienta de salvación. La plenitud de la vida depende de la plenitud de la fe, de la misma forma que la vida depende del oxígeno.
Esa certeza absoluta se caracteriza en la obediencia a la Palabra de Dios. El versículo de Habacuc que leímos anteriormente demuestra que la persona sólo se hace merecedora ante Dios por medio de su fe puesta en práctica.
Solamente la fe en el Hijo de Dios hace a la persona justa, esto es, sin culpa delante de Dios. Todos los pecados son automáticamente borrados a partir de la fe exclusiva en Jesús, sin que sea dividida entre Él, alguien o alguna cosa. Hecho que implica el inmediato abandono de la religión profesada hasta entonces.
En el caso del acomodado en la fe o quien la abandona, sus derechos también son cancelados ante Dios. “Mas el justo vivirá por fe; pero si retrocede, no agradará a mi alma” (Hebreos 10:38). Una vez revelada y practicada, la fe neutraliza el poder de la duda. Este sentimiento caracteriza un compromiso con el mal y separa al ser humano de Dios. Porque aquel que duda es semejante a la onda del mar, impulsada y agitada por el viento del mal.
La Biblia advierte que tal persona no alcanzará nada de Dios: “Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra” (Santiago 1:6).