Benjamín era un agricultor con mucha experiencia. Sus plantaciones crecían mucho todos los años, y con cada cosecha compraba más tierras para invertir.
En una ocasión, sin embargo, hubo una gran sequía, y varios hacendados de la región tuvieron grandes pérdidas. Benjamín fue uno de ellos. En su hacienda se veía un escenario de total destrucción. Las plantaciones murieron y la tierra, sin agua, era como polvo inútil.
Tiempo después, el cielo daba señales de que iba a caer una buena lluvia. Benjamín y los demás agricultores comenzaron a reanimarse. Él volvió a encargar semillas, a limpiar el suelo, a remover la tierra, todo en preparación para el agua que estaba cerca de caer.
Benjamín no quería perder tiempo. Ya había perdido mucho dinero y, ahora, la necesidad era correr contra el tiempo para recuperar dinero.
Las semillas finalmente llegaron, y él pensó en su inmensa plantación de naranjas. Después de la lluvia, y con buenas condiciones climáticas, recogió algunas semillas y las sembró en la tierra ya preparada.
– La cosecha será buena, y con seguridad vamos a recuperar lo que perdimos con la sequía que nos abatió – decía entusiasmado a los empleados.
El problema es que algo estaba mal, pero sus empleados, también expertos, no lograban alertarlo. Benjamín estaba muy entusiasmado, y no paraba ni un minuto para escucharlos. Él sólo repetía:
– ¿Qué quieren? ¿No les dije que tomen todas las semillas de la última bolsa? ¡Vayan y planten lo que les estoy mandando!
Los empleados no podían hacer nada, a no ser obedecer la voz de su patrón.
Satisfecho y tranquilo, creyendo que todo estaba de acuerdo a sus planes, hizo un largo viaje de negocios para ofrecer las naranjas de su hacienda. Y buscó estar fuera el tiempo necesario para que las semillas germinaran, crecieran y dieran fruto.
En las ventas, Benjamín ofrecía el producto:
– Seguramente usted nunca probó naranjas como estas que estoy produciendo. Mis semillas son excelentes, y mis proveedores me garantizan que son de óptima calidad. ¡Mis naranjas son dulces, grandes y de un color maravilloso! Espere a que las vea – propagaba a los cuatro vientos.
Después de un tiempo, Benjamín regresó a la hacienda con diversos negocios hechos y bastante entusiasmado con la cosecha de sus bellas y sabrosas naranjas. Allí escucho a un empleado:
– Señor Benjamín, no tengo buenas noticias para darle. La plantación que usted cree ser de una cosa, en realidad es de otra.
– ¿Cómo? – preguntó disconforme.
– Es que… es que…
– ¡Habla!
– Bueno señor, voy a traerle una prueba de su “deliciosa naranja”.
El hacendado ya estaba angustiado. Nada podía ser peor de que todas las ventas salieron mal. ¿Cómo reparar nuevamente el perjuicio?
– Señor benjamín, aquí está. Sugiero que la pruebe.
El hombre vio que el aspecto era extraño, no tenía un color llamativo, la cáscara era más gruesa y olor le pareció muy fuerte. Cuando lo probó:
– ¡Argh! ¡No me diga que esto es limón!
– ¡Lo sentimos mucho, señor Benjamín! Intentamos avisarle, pero usted estaba tan convencido de que plantaba semillas de naranja, que no pudimos avisarle que en realidad eran de limón.
Para reflexionar
Nuestro corazón funciona como una tierra buena, que recibe y cultiva la semilla que cae en ella. ¿qué semilla ha sembrado en su interior? Una semilla buena, que trae buenos frutos, o una mala y ácida, que puede arruinar todos sus proyectos futuros.
Si la semilla que estuviere plantando hoy fuera incorrecta, no espere producir, más adelante, los frutos de una semilla correcta. Y no servirá culpar a alguien porque no le avisó, porque tal vez, la voz de alerta esté siendo silenciada por las ansias de este mundo.